Quien más, quien menos habrá llevado una bici, un teléfono, una lavadora o una plancha a reparar o habrá llamado al técnico para que acudiera a su hogar para dicho fin y les habrán sustituido las piezas dañadas o desgastadas.
Obviamente me dirijo a una generación ya talludita porque los más jóvenes han adquirido como hábito deshacerse de lo estropeado porque saben que hoy día sale más barato comprar uno nuevo. Esperemos que al menos colaboraren con la sostenibilidad reciclando y llevando dichos aparatos al punto limpio más cercano.
Eran los famosos recambios, esos que en ocasiones te vendían en puntos muy determinados de la ciudad, usualmente en la otra punta o “en las chimbambas”, localización que jamás he sabido precisar pero que seguro no sonaba bien según la expresión coloquial de quien te lo señalase.
Si alguien era “manitas” o se las apañaba bien, podía sustituir la pieza en cuestión y tal vez ahorrarse unas pesetas (claro, por entonces no había €uros, aclaro que entonces 1 € eran 166,386 pts.). En familias humildes venía muy bien tener un talento de esta clase para este tipo de tareas.
"Si alguien era 'manitas' o se las apañaba bien, podía sustituir la pieza en cuestión y tal vez ahorrarse unas pesetas. En familias humildes venía muy bien tener un talento de esta clase para este tipo de tareas"
No me pregunten por qué, pero en mi casa era y sigo siendo yo. Había un porcentaje de habilidad personal, de esmero, de cuidado, pero también de fijarme muy bien dónde iba cada pieza, cada conexión, cada tornillo. A veces también había que suplir la pieza original con apaños. Sólo lo digo para que se sepa que la impresión 3D no la han inventado los modernos.
No era muy justo englobar a todos esos audaces en el gran saco de los “chapuzas” o “ñapas”, porque tenía su arte. Créanme cuando les digo que cualquiera no estaba dotado para esa pericia. Por entonces no había ordenadores ni tutoriales de redes videográficas que consultar. Todo era destreza y grandes dosis de paciencia.
Como cantaban “Los Secretos”«pero ahora todo eso pasó, no queda nada de ese…» ingenio, la famosa obsolescencia programada nos dice que un aparato nos va a durar equis tiempos, y ni un día más. Luego están las modas, las corrientes, los descuentos, las oportunidades que nos hacen repensar medio segundo si es mejor reparar un electrodoméstico que nos ha rendido bien ese cierto tiempo o adquirir uno más moderno, más bonito, más chic, y de manufactura oriental.
En la medicina ha pasado tres cuartas partes de lo mismo. Percances saldados con roturas, pequeñas mutilaciones, amputaciones de las extremidades, desgastes, traumatismos, requerían de mucha imaginación de nuestros predecesores a fin de devolver en las mejores condiciones posibles a quienes entraban con partes de lesiones muy complicados en quirófano.
"Hoy día, materiales que parecen venir del hiperespacio se emplean en cirugía traumatológica, maxilofacial, cardiológica, neurológica, etc., con óptimos resultados de asimilación y mejora muy sensible de la persona afectada"
Hoy día, materiales que parecen venir del hiperespacio se emplean en cirugía traumatológica, maxilofacial, cardiológica, neurológica, etc., con óptimos resultados de asimilación y mejora muy sensible de la persona afectada, sin necesidad de restarle una pieza sana de su propio organismo y de rápida funcionalidad.
Resultan paradigmáticos la bioimpresión en 3D, que está revolucionando la medicina aportando máxima precisión, y el empleo de nuevos materiales que parecen más salidos de la ciencia ficción o incluso tener un origen extraterrestre, porque en miles de años hacia atrás apenas evolucionamos y nuestros hábitos han sido muy arcaicos.
Casi fijaría los años 50´s como el comienzo de la revolución tecnológica. No es suficiente con que sea posible, sino que es deseable el que pueda generalizarse una innovación y que sea sostenible en su filosofía.
Los avances genéticos incluso nos permiten interrumpir el ciclo natural de las cadenas cuando hay anomalías a finde reparar los daños causados por las mismas y reordenar el proceso para continuar la marcha. Por supuesto que lo único irreversible hasta el día de la fecha es la muerte, salvo que seas John Nieve y te cruces con Melisandre después de cerrar el ojo.
Bromas aparte, la ciencia todavía no nos ha aportado pruebas de que podamos revertir ese trance fatídico, ni tampoco si podemos descumplir años, volviendo del revés el reloj biológico. No sé si querría volver al punto de partida y luego volver a empezar.
Nada parece eterno. Ni siquiera los buenos momentos, las buenas amistades, los repuestos idóneos o los buenostrabajos. Nada. Vivamos al día, carpe diem, porque una vez muertos, ya no habrá recambio para nosotros ¡Por ahora! Tal vez no resultemos insustituibles, pero al menos intentemos dejar grato recuerdo.