“Debes estar alerta. Defiende tu mente de los pensamientos negativos”. Le atribuyen este aforismo a Gautama Buddha, príncipe de Kapilavastu, meditador, asceta, eremita y maestro espiritual (Aclaro: Buddha significa en pali y en sánscrito “despierto, vigilante”).
Este pensamiento me viene pintiparado para lo que en esta tribuna quiero exponer: la necesidad de estar alerta ante la enfermedad y con especial preocupación sobre la enfermedad mental en jóvenes y en un sentido más amplio frente a los desajustes conductuales de la juventud.
Este mismo diario sanitario digital ha mostrado su preocupación y en un ejercicio de responsabilidad se ha hecho eco de la grave situación que está atravesando la salud mental sobre todo entre nuestros jóvenes a raíz de la pandemia.
No creo necesario ahondar ni meter el dedo en la llaga con cifras escalofriantes sobre afectados y menos todavía con las de los que apuestan por la solución final, por bajar la persiana a la eternidad, como salida del túnel. Especialistas en psiquiatría y psicología mucho más versados analizan el fenómeno con mayor precisión, pero con permiso voy a incidir en un aspecto que creo relevante: la importancia del entorno.
"Cuando notas a alguien cabizbajo por un largo periodo de tiempo sabes que algo no marcha bien en esa persona y si además sus actos empiezan a carecer de razón, la alerta roja se dispara"
Ante toda situación de conflicto, en el plano personal, familiar, profesional, en la vida cotidiana, la mayor parte de las veces pensamos y obramos en primera persona: el yo actúa al instante, consciente o inconscientemente, pero afronta cuanto le sucede y toma sus propias decisiones, solo pide ayuda cuando la necesidad aprieta.
Pero ¿qué pasa cuando la percepción y la voluntad se ven sometidas a un estrés adicional y los acontecimientos sobrepasan el autocontrol? ¿Somos capaces de erigirnos en capitanes de nuestro destino y buscar auxilio dentro de nuestro entorno más inmediato o, en su defecto, hacia cualquiera que esté alrededor con tal de salir del apuro? ¿Existe conciencia de alienación con una respuesta adaptativa que incluya la petición de ayuda y desencadene las alarmas en el entorno significativo y próximo?
No siempre sucede que la primera alerta la dé la persona afectada, fruto de su propio autoaislamiento, sino que tiene que ser gente del perímetro quien acuda ágil a prestar socorro a esa persona, bien auxiliando con urgencia o bien recurriendo a expertos como flotador y amarre en medio de la mar océana o de paracaídas en plena caída libre, cuando a todas luces la persona se encuentra desbordada, presa de la ansiedady no puede hacerlo por sus medios.
A veces la observación vacila con los prejuicios y ve fantasmas donde no los hay, pero reparar en detalles con una cierta asiduidad puede ayudar a concluir con mayor o menor acierto un cierto dictamen. La cara es el espejo del alma y los ojos su máxima expresión. Cuando notas a alguien cabizbajo por un largo periodo de tiempo sabes que algo no marcha bien en esa persona y si además sus actos empiezan a carecer de razón, la alerta roja se dispara.
También a veces hay que actuar con determinación y contrariar a esa persona si con ello podemos evitar decisiones irreversibles cuando creen que se han cegado todas las salidas, todo está oscuro y parece que las dificultades se acrecientan sin tener idea de cómo resolverlas, porque “más ojos ven más salidas”.
"Solo invito a observar pequeñas derivas que puedan llegar a convertirse en grandes trastornos para evitar males mayores"
Reconozcámoslo: la vida no es de color de rosa. No todos los días son buenos, hay momentos muy aciagos, pero como dijo J.R.R. Tolkien “siempre hay algo bueno en este mundo por lo que vale la pena luchar” y rendirse en medio del camino ni es la mejor solución, ni la más reflexiva, ni la más oportuna. Conviene secuenciar la audiencia de los problemas, ordenándolos por prioridad.
Por eso es muy importante que la primera alerta sea la familia, amigos e incluso compañeros de trabajo o estudio, para anticiparse, tomar la iniciativa y ofrecerse como paño de lágrimas o felpudo. Cierto es que no todos sabemos auxiliar, aunque queramos, pero podemos llamar la atención sobre padres, hermanos mayores, jefes, profesores y, si es posible sobre terapeutas, mucho mejor. Cuando hablamos de red de apoyo evocamos aquella que protege en andamios y trapecios.
Con ello no quiero sugerir una psicosis colectiva ni sembrar el pánico por una ruptura, un despido, un suspenso o un duelo por la pérdida de un ser querido. No. Solo invito a observar pequeñas derivas que puedan llegar a convertirse en grandes trastornos para evitar males mayores. Reveses y sinsabores resultan más llevaderos si se comparten.
Naturalmente este razonamiento es aplicable a muchas otras situaciones de conflicto, pero para la ocasión quería focalizarlo con precisión milimétrica a fin de no desviar la atención. Esta en juego el futuro de la generación que heredará nuestros aciertos y errores y por ende comandará nuestros destinos ¡Casi nada al aparato!