Un cuchillo de monte, en manos de excursionistas, de campistas, de montañeros, es una herramienta muy útil para disfrutar de las actividades al aire libre, para cortar cuerdas, podar ramas para trocear y degustar una rica barbacoa... pero en manos de un delincuente, puede ser un arma mortal y dañar a otros sin apenas esfuerzo. Con los opiáceos puede pasar algo parecido.
Los sanitarios que trabajan con fármacos reciben una formación específica en el uso de estos medicamentos y tras un diagnóstico atinado, pueden aplicarlos de la manera más adecuada, puesto que las autoridades sanitarias les reconocen ese grado y permiten su libre mandato para uso terapéutico.
Su empleo precisa la prescripción controlada y la identificación del especialista y paciente por parte de las oficinas de farmacia. Su eficacia y escasos efectos secundarios a dosis bajas pueden hacer pensar que son un producto que no precisa control y que podría usarse alegremente. Sin embargo, existe un control razonable de su uso y algunos se reservan para pacientes y situaciones muy concretas.
"El empleo de opiáceos precisa la prescripción controlada y la identificación del especialista y paciente por parte de las oficinas de farmacia"
Nuestro sistema de salud vela por el uso correcto intentando evitar excesos y usos o abusos en su utilización y aun así "salimos en los papeles" como el tercer país consumidor de fentanilo tras Alemania y EE.UU..
En España se ha detectado un aumento de un 53,6% de las dosis por cada 1.000 habitantes al día desde el año 2013 a 2020, pasando de 3,57 a 5,48, como evidencian las estadísticas de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes en un estudio encargado por el Ministerio de Sanidad con datos de 2020 y del que ya informó Consalud.es el 23-X-2021.
Pero ¿qué pasa en EE.UU., el país más poderoso de la tierra, que carece de un sistema asistencial universalizado y presume de su modelo de aseguramiento privado de la sanidad, con importantes desigualdades en su cobertura y con muchos ciudadanos al albur de unos mínimos?
VOLAR A ESPAÑA
Algunos españoles afincados en EE.UU. siguen confiando en la sanidad patria para determinados tratamientos por diversas razones incluido porque les sale más barata algunas pruebas que el vuelo, y ya no digamos si han de pasar por quirófano.
Pero de un tiempo a esta parte se han disparado las noticias de consumos desaforados de opiáceos en EE.UU. precisamente por este escaso control, por la laxitud de adquisición fácil y sencilla, de un paquete de cereales, el revolver o la oxicodona.
"Nuestro sistema de salud vela por el uso correcto intentando evitar excesos y usos o abusos en su utilización y aun así 'salimos en los papeles' como el tercer país consumidor de fentanilo tras Alemania y EE.UU."
No en vano dio pie a uno de los mayores betseller de las librerías norteamericanas: “El imperio del dolor” del periodista Patrick Radden Keefe (Reservoir Books, Ed), retrato devastador de una familia cuya fortuna se amasó gracias al Valium y halló su ruina con la oxicodona.
Según publicó La Vanguardia (19-XI-2021) “más de 100.000 personas murieron por sobredosis en Estados Unidos entre abril de 2020 y abril de 2021, según datos del Centro Nacional de Estadísticas de Salud (NCHS)”, de las cuales 2.245 personas lo hicieron en la ciudad de Nueva York.
El pasado 7-II-2022 de nuevo Consalud.es publicaba “Expertos advierten: Se esperan más de 1,2 millones de muertes por sobredosis de opiáceos para 2029” en EEUU. Y por si este dato no fuera suficientemente alarmante la Agencia Infosalud (Europa Press) informaba el 15_II-2022 que “el consumo de 'speed' multiplica por 5 el riesgo de desarrollar psicosis”, según un estudio a 10 años publicado en línea en “Evidence-Based Mental Health Journal”, ya con carácter global.
ANSIEDAD Y OBSESIÓN
Entre las razones, la ansiedad extrema y la obsesión, buena parte achacadas a la pandemia de COVID, lo que ha derivado en un abuso de alcohol, medicamentos u otras sustancias ilegales, y toda una catarata de reacciones sobre comportamientos sociales relacionados.
Pese a la existencia de redes sociales de apoyo que ha hecho más llevadera la incertidumbre y la soledad impuestas, las crisis económicas y sociales se han cebado en las personas más vulnerables empujándolas a pedir alivio y, en el caso de EE.UU., con acceso más laxo a estos productos y a un uso inadecuado de esas sustancias, quizá más relacionado con ciertos prescriptores desaprensivos que por la ausencia de un sistema de cobertura plena.
Naturalmente la ficción no podía abstraerse de retratar en sendas series esta dramática realidad, y resulta que son las más vistas entre el público juvenil allende y aquende los mares: “Dopesick” en Disney + y “Euphoria”, en HBO. Presentan con gran crudeza de la realidad. Recuerdan un poco a testimonios de nuestra historia reciente que contaron películas como “El pico”, “Navajeros”, “Perros callejeros” o “Yo, el Vaquilla” los duros años ochenta.
"Este problema puede convertirse en la próxima pandemia si no se toman las medidas necesarias para evitar su generalización"
Todo esto se podría mejorar, se necesita reforzar una estrategia de salud pública cohesiva a largo plazo que pueda controlar la poderosa influencia de grupos de interés en la industria, como apuntaba la periodista Lorena García en Consalud.es.
Algunas herramientas, en manos equivocadas, ocasionalmente tienen efectos desproporcionados. Sería mejor única y exclusivamente confiar en profesionales familiarizados con su manejo. Pero la confianza ciega parece más el nombre de un concurso televisivo que de una realidad farmacológica que convive, según informó La Razón el 3-XI-2021, con presuntos laboratorios ilegales y clandestinos que mezclan varias drogas con fentanilo para poder aumentar los efectos y por ende las ventas.
Cuando el acceso a un producto o fármaco es libre, la responsabilidad por el mal uso o abuso recae en quien lo consume, rara vez en la Administración que autorizó su venta libre y no en el fabricante, salvo que su publicidad haya sido incompleta, confusa o engañosa. Este problema hoy afecta a una parte de la población, pero puede convertirse en la próxima pandemia si no se toman las medidas necesarias para evitar su generalización.