“Piensa global y actúa local”. Fue el célebre doctor en medicina y filosofía de la Johns Hopkins University Adnan Hyder quien pronunció esta frase, que ya se ha convertido en un mantra para casi todos los científicos, sea cual fuere su área de investigación. Y para pocas situaciones mejor aplicado que en la salud del planeta.
Podemos y debemos considerar la salud como un derecho humano elemental y un pilar básico del desarrollo sostenible. En un mundo interconectado, donde las enfermedades rebasan fronteras, la Organización Mundial de la Salud (OMS) surge como un actor indispensable para garantizar el bienestar colectivo. Tal vez la salud debería, también, traspasar fronteras.
Creada en 1948 como agencia especializada de la ONU, su función es “lograr el escalón más alto posible de salud para todos los pueblos”. Esta institución no solo coordina respuestas a crisis sanitarias, sino que también diseña estrategias para prevenir enfermedades, reducir inequidades y difundir conocimiento científico, siendo un referente de la cooperación internacional.
"Uno de las aportaciones más importantes de la OMS es su capacidad para marcar estándares globales y movilizar acciones ante emergencias. Prueba de ello fue la erradicación de la viruela en 1980"
Uno de las aportaciones más importantes de la OMS es su capacidad para marcar estándares globales y movilizar acciones ante emergencias. Prueba de ello fue la erradicación de la viruela en 1980, un hito histórico logrado mediante campañas de vacunación masiva coordinadas por la organización.
Ya entrados en el siglo XXI, su papel fue determinante durante la pandemia de COVID-19, al emitir protocolos clínicos, facilitar el acceso a equipos médicos y promover el desarrollo de vacunas mediante iniciativas como COVAX, colaboración para un acceso equitativo mundial a las vacunas contra la COVID-19.
De igual manera, su actuación ha sido crucial ante diversos brotes de ébola en África, ha demostrado cómo su experiencia técnica salva vidas en contextos frágiles, sobre todo cuanto muchas afecciones apenas llegan a ser conocidas por incidir en hábitats, distantes, de países sin eco mediático. Sólo cuando “Occidente se ve afectado” parece que existen ciertas patologías.
Más allá de las crisis, la OMS impulsa agendas preventivas y educativas. A través de publicaciones como el RSI o Reglamento Sanitario Internacional, establece marcos para que las naciones detecten y notifiquen amenazas sanitarias.
Además, sus diferentes programas abordan desafíos crónicos que van desde la lucha contra el VIH/SIDA hasta la reducción de muertes por enfermedades no transmisibles, como la diabetes. Esta entidad multinacional también combate la desinformación, fomentando campañas centradas en la evidencia científica, y respalda a naciones con sistemas sanitarios débiles por medio de la capacitación y recursos.
No obstante, la OMS afronta algunos retos complejos. La dependencia de financiación voluntaria limita su autonomía, mientras que las tensiones políticas entre Estados pueden obstaculizar respuestas rápidas.
El pasado 21 de enero de 2025, un día después de su toma de posesión, podíamos leer en ConSalud.es que “Trump ordena sacar a EE.UU. de la OMS por su mal manejo durante la pandemia de Covid-19”. Poco después se le unió gregariamente el presidente argentino Milei.
"Su existencia sigue siendo vital: sin esta entidad que aúne criterios y fomente la solidaridad global, la salud planetaria correría un grave riesgo"
Esta medida discrecional podría repercutir negativamente en la salud de sus ciudadanos, que dejarían de recibir las orientaciones que emite en forma de programas la entidad. Pero tampoco podemos obviar el efecto negativo para la OMS, que dejaría de percibir las contribuciones voluntarias de EEUU como país donante, lo que haría peligrar la viabilidad de muchos de sus programas.
El caso de Argentina parece simple mimetismo o mero seguidismo. Los pueblos más desarrollados tienen un deber moral con otros carentes de medios y recursos. Con todo, atajar los males lejos de las propias fronteras es una apuesta estratégica de rentabilidad asegurada.
Además, la proliferación de noticias falsas fundamentalmente a través de las redes sociales, exige un rigor crítico y mayores esfuerzos en comunicación efectiva. Pese a esto, su existencia sigue siendo vital: sin esta entidad que aúne criterios y fomente la solidaridad global, la salud planetaria correría un grave riesgo.
"Se echa en falta un liderazgo independiente que evite el seguidismo de las grandes naciones, pero la salud también es un arma de influencia política"
Pero no todo va a ser cera con la OMS. Hay asuntos que ensombrecen la gestión. No queda muy clara la manera en la que se elige a los responsables; no siempre se evidencia la priorización de unos gastos sobre otros; los escándalos puntuales de malversación de fondos (Siria), de abusos sexuales (Rep. Democ. Congo); la ineficacia y falta de independencia a la hora de tomar decisiones de repercusión global… Se echa en falta un liderazgo independiente que evite el seguidismo de las grandes naciones, pero la salud también es un arma de influencia política.
En conclusión, la OMS representa el ideal de que la salud va más allá de las fronteras de cada país. Su labor en la difusión de conocimiento, la coordinación y agilidad de respuestas y el fomento de la equidad refleja que, en un mundo interdependiente, la colaboración es la mejor herramienta para preservar la vida.
Fortalecerla ante el riesgo plausible de futuras epidemias o peor, pandemias, no es solo una necesidad, sino un imperativo y una inversión ética frente a los retos del futuro.