Cuando se renueva el puesto del máximo responsable ministerial de Sanidad se abre un abanico de promesas en principio ilusionantes y generadoras de expectativas que sólo el tiempo determinará si se llevan a buen puerto.
Puedo imaginar las altas responsabilidades que lleva añadidas el cargo, pero no especularé con el alto coste personal que supone ocupar una cartera y sentarse en el Consejo de Ministros, órgano colegiado, si bien una vez que se asume entiendo que se hace con todas las consecuencias.
En un esfuerzo por resolver los múltiples conflictos que generaba una salud pública masiva, con ánimo de acercar la gestión al ciudadano, y por mor de los sucesivos pactos con fuerzas centrípetas, el gran mol de la sanidad colectiva se ha ido descentralizando desde abril de 1986, desplazando a las respectivas CCAA cada vez más competencias hasta dejar el viejo edificio de sindicatos del Pº del Prado 18 de Madrid casi vacío de contenido.
Y digo casi porque, de haberse llevado hasta sus últimas consecuencias, a fecha del corriente, no existiría un ministerio ad hoc, sino como agregaduría de otra cartera de asuntos económicos o sociales, desde la cual se coordinase las áreas que permanecen intactas (MIR, AEM, ONT, ICIII, Vacunación Internacional…), restándole todo el soporte marmóreo de antaño. Pero nadie le ha puesto ese cascabel al gato.
La simple sugerencia ya se interpreta en términos de destrucción del sistema público, de la cobertura universal, cuando al fin y al cabo todo está delegado en las administraciones regionales que son las que, desde hace décadas, ya gestionan “la parte del león”, aunque con desigual fortuna.
Si en la quincena anterior hablaba de “destensar la cuerda”, no es la sanidad asunto menor, ni la “asignatura maría”, como llamábamos cuando éramos colegiales a las materias más blandas, sino piedra de toque o incluso más, roca volcánica incandescente que verter sobre el contrario para causar estragos.
"A buen seguro tendrá que tirar de mano izquierda (y derecha) en cuanto tenga que alcanzar acuerdos con los gobiernos autonómicos, muchos de tinte ideológico dispar, por la disputa de qué Administración visibiliza más y mejor sus competencias exclusivas"
Tuvimos una buena muestra durante la olvidable pandemia de Covid19. Es cierto que nos enfrentábamos a un epifenómeno inédito en la última centuria, que sus dimensiones superaron todo lo imaginable, que sus consecuencias fueron en muchos casos fatales y las secuelas se están prolongando por encima de lo normal, pero la gestión global fue atropellada y parecía que completamente improvisada.
Quizá el contexto de caos mundial y las prisas no ayudaron, tal vez un poso de serenidad y autocontrol habrían ayudado, pero todo fue “a salto de mata” y se echó de menos una coordinación nacional de esfuerzos consensuados que debió liderar el ministerio y sus responsables de forma más eficaz.
La nueva ministra, la doctora Mónica García Gómez, anestesióloga y madre para más señas (¡se agradece el guiño!), se ha puesto como reto “un gran pacto por la salud mental, atención a la salud visual, a la bucodental, refuerzo de la Atención Primaria y una sanidad muy centrada en atender los determinantes sociales de salud”.
Como quiera que su designación ha sido reciente y no ha participado en campaña nacional para sostener estas propuestas, imagino que una parte nacerá de su buena voluntad y otra vendrá impuesta por condicionantes presupuestarios en un contexto complejo y variado propio del multipartito.
"La financiación no emana del éter, no el que otrora se suministraba como anestésico, ni de la bóveda celeste, sino de los fondos que habilite Hacienda"
Pero a buen seguro tendrá que tirar de mano izquierda (y derecha) en cuanto tenga que alcanzar acuerdos con los gobiernos autonómicos, muchos de tinte ideológico dispar, por la disputa de qué Administración visibiliza más y mejor sus competencias exclusivas.
También será importante determinar la disponibilidad de fondos públicos para aplicar dicho programa, porque la financiación no emana del éter, no el que otrora se suministraba como anestésico, ni de la bóveda celeste, sino de los fondos que habilite Hacienda. Los recursos se obtienen de los ciudadanos y las prioridades de financiación dependen de las preferencias de los dirigentes.
Las partidas presupuestarias tienen unos límites y sólo se llega hasta donde se puede. Sin ir más lejos tendrá que afrontar el problema de asistir a los mutualistas de MUFACE, MUGEJU e ISFAS. Sumar llevaba en su programa la disolución de estas últimas y que sus integrantes (unos dos millones) pasasen a la sanidad pública. Esto supondría el colapso del SNS, si no se abordase de modo paulatina, tanto en fondos como en recursos. ¡Ojo con los brindis al sol!
El sistema nacional de salud debería coordinar y aunar todos los esfuerzos y voluntades a favor de los ciudadanos, aprovechando los medios humanos y materiales, habilitando vías de colaboración de todos los actores implicados en la atención a la salud.
Como en todos los puestos públicos hay un margen de plazo de más o menos cien días, es más un mito que una realidad, pero suficiente para mostrar hasta dónde está dispuesta a llegar. El caldo de cultivo reinante no va a facilitar nada su gestión. Veremos con qué respaldo cuenta y si consigue anestesiar las críticas y reanimar el sistema o termina por salir sin paliativos.