Lo normal

Alfonso Vidal
Jefe de las Unidades del Dolor de los Hospitales Sur, La Luz y Valle del Henares de Quirónsalud

Después de atravesar los meses más dramáticos de la historia reciente de este país, procedemos a entrar en la totalidad del territorio nacional en la llamada “nueva normalidad”, neologismo creado para hacernos creer que flotamos en un nuevo Jardín del Edén, en un idílico y bucólico paraíso donde todo es fantasía, previsible y, por tanto, carente de incertidumbre.

Bueno, quizá debiéramos ir despertando antes de darnos de bruces con la realidad ¿o hay que decir nueva realidad? Me temo que la realidad es palmaria a cada instante, es tangible y no forma parte de esa nube de color de rosa en la que algunos pretenden que nos sumerjamos.

Si la realidad cambia con la presencia del observador en una perspectiva cuántica o, de modo más sencillo, cambia con la percepción y expectativas de quien observa y participa, aún nos quedaría cierto margen para gestionar los nuevos tiempos.

Los contagios se extendieron en casi todas las direcciones, solo que en España e Italia parecían caldo de cultivo para acelerar los ritmos

La sociedad mundial en su conjunto y la española en particular ha sido tensionada a un estrés sin precedentes para afrontar un fenómeno, casi inédito, como es el de una pandemia, que ha dejado todo tipo de víctimas por doquier.

Tras un comienzo fulgurante cuando se encendió la mecha, los contagios se extendieron en casi todas las direcciones y casi a igual velocidad, solo que en España e Italia parecían caldo de cultivo para acelerar los ritmos, tal vez por esa cultura de la cercanía y la pequeña distancia interpersonal.

Todos tenemos la sensación (e incluso la certeza) de estragos: personales en el plano físico, emocional, afectivo y económico, de haber perdido tiempo gestionando un ocio impuesto y carente de finalidad. En muchos casos sin poder gozar del merecido descanso. Algunos compañeros tendrán descanso eterno ante nuestra incredulidad e impotencia.

Ahora, sin solución de continuidad, porque, como decían los Queen en su mítica canción, “el espectáculo debe continuar”. La vida, que es nuestra realidad cotidiana, nuestro día a día, tras haberse puesto al ralentí y frenado bruscamente, debe continuar, ponderando esfuerzos y riesgos para que la cruda realidad sea cocinada y resulte menos indigesta. Está claro que mucha cosas ya no serán como antes.

Un fenómeno como el que hemos atravesado no puede haber sucedido sin dejar más huella que los daños conocidos por todos y el aprendizaje adaptativo. Su impronta debe   hacernos sensibles ante un riesgo que ha abandonado las páginas de las novelas de ficción para instalarse con vehemencia en las de los rotativos, quizá machaconamente, y de ahí a ser interiorizado en muchas facetas porque nada de lo acaecido ha sido baladí.

El riesgo de contagio es real, es verdad que muchas certezas las hemos alcanzado con el paso del tiempo, también es verdad que en el río revuelto algunos pescadores han lanzado redes y señuelos. La historia les dará justa compensación.

Permanece el riesgo en el horizonte, donde oscuros nubarrones nos recuerdan que esta calamidad amenaza con regresar o tal vez sea más preciso matizarlo y decir reaparecerá, porque no se ha ido, solo hemos aplacado sus efectos y frenado este primer envite.

El temor a nuevos rebrotes ya no es una posibilidad remota, sino algo objetivo que otra vez ha empezado a manifestarse en el país donde pudo originarse y replicado en Europa, probablemente por actitudes confiadas e irresponsables y nada exigentes con los protocolos de seguridad propuestos  por los especialistas.

Es complicado valorar si la nueva normalidad no será la misma normalidad por otros medios o será el comienzo de una nueva era

«Doctores tiene la Santa Madre Iglesia que os sabrán responder», rezaba el Catecismo de la Doctrina Cristiana, del jesuita Gaspar Astete, publicado en el XVI, y epidemiólogos, microbiólogos tiene la ciencia para aportar luz en medio de la gran tiniebla en que se ha sumido el orbe y guiarnos entre tantos charlatanes de feria que hablan desde pupitres y púlpitos televisivos prorrumpiendo de forma altisonante para  dar muestra de su vanidad  y estulticia.

Es complicado valorar si la nueva normalidad no será la misma normalidad por otros medios o bien será el comienzo de una nueva era plagada de oportunidades y amenazas que deberemos sobrellevar con estoicismo, como el caminante ante la senda pedregosa, pero también con la audacia de quienes empiezan desde la nada, es decir, con grandes posibilidades, que dirían en las inmobiliarias, al presentar un piso que precisa reformas.

Ahora que acaba de terminar los 100 días más complicados de nuestras vidas, lo normal es que regresemos paulatinamente a nuestra cotidianeidad, pero sin perder la perspectiva de lo que ha pasado, sin olvidarnos de los que se fueron, sacando conclusiones positivas de lo transitado, porque si malo fue lo que dejamos atrás, peor sería no haber aprendido de nuestros errores y volver a cometerlos.

Dicen que “el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra”. Si lo normal va a ser salir de este infortunio para recaer dentro de poco por las conductas incívicas e insolidarias de tantos que no respetan los consejos de los expertos, quizá sea mejor que lo rebauticemos como “Nueva fatalidad”. Si lo habitual deja de ser lo normal, y se instala como normal lo anormal, podemos terminar en un galimatías, en un pandemónium.

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