La comunicación es una necesidad social, obvio. Necesitamos relacionarnos y cuando dista un espacio entre emisor y receptor, el teléfono móvil actualmente es la gran solución. Lo que en principio era solo una herramienta de contacto ha derivado en un auténtico ordenador de bolsillo.
Ha tardado años en implantarse, pero hoy todo el mundo lleva un terminal encima. Es más, incluso gracias a su capacidad audiovisual es toda una unidad móvil que posibilita emitir desde cualquier lugar del planeta con cobertura. También facilita el acceso a informaciones y contenidos en tiempo real.
Pero como toda innovación tecnológica, no sólo iba a tener sus pros, también tiene sus contras. Implementar una nueva solución lleva su tiempo, lo mismo que analizar sus consecuencias en todas sus dimensiones.
Con motivo de la pandemia se urgieron soluciones protectoras en forma de vacunas exprés. El proceso de elaboración de estas dura unos siete años, pero la necesidad imperiosa de dar una respuesta a la pandemia agilizó todos los procesos. A fecha del corriente no podemos predecir ni anticipar con certeza si dentro de diez o veinte años tendrán consecuencias.
Lo mismo sucede con la libre disposición de terminales telefónicos móviles, con acceso ilimitado a datos y conexión universal a Internet. Cuando éramos niños, tal vez como rito iniciático, nos daban a probar algo de espumoso en Navidad y eso no implicaba que el día de mañana fuéramos alcohólicos declarados o anónimos. Es nuestra responsabilidad o su contraria la que nos ha llevado por el camino que hoy transitamos.
La telefonía móvil ha solventado los problemas de inmovilidad que generaba la comunicación estática, permitiendo que podamos hablar desde la playa, la montaña o la carretera, sin necesidad de estar atados a una pared o a una mesa. Adiós a cables, cabinas y fichas o monedas. ¡Viva la intimidad y movilidad!
"Los expertos en salud mental y sobre todo los maestros responsabilizan de los malos resultados y de los desajustes cognitivos de los más pequeños a la desidia y despreocupación de los padres por permitir que sus vástagos dispusieran sin control alguno de estos terminales"
Pero, como ya he dicho en otras ocasiones, todo depende del uso que se le dé a la herramienta, como sucede con un cuchillo de cocina en manos expertas o bien en las de un criminal. A un adulto responsable se le suponen capacidades suficientes para emplearlo con óptimos resultados, pero, de unos años a esta parte, hemos incluido a los más pequeños en ese grupo. Según datos del INE, el 88% de los jóvenes de entre 13 y 18 años tienen móvil y el 43% en el grupo de 8 a 12.
Esa concesión se ha hecho sin valorar las posibles consecuencias físicas, económicas, y/o mentales. Desgraciadamente estas últimas están resultando fatales a tenor de la valoración de expertos en el comportamiento, que achacan muchos trastornos al mal uso infantil y juvenil de la telefonía móvil, fundamentalmente por la libre conexión a Internet con todos los prejuicios que supone no vigilar los enlaces donde entran.
Más de un padre y una madre se han llevado sorpresas morrocotudas cuando les ha llegado la cuenta de resultados bancaria y han comprobado que sus lebreles les habían hecho un roto de consideración por dejar en sus manos esos artefactos, pudiendo acceder a todo un bazar sin control de ofertas perversas cuyas consecuencias los menores desconocían.
Hoy los expertos en salud mental y sobre todo los maestros responsabilizan de los malos resultados y de los desajustes cognitivos de los más pequeños a la desidia y despreocupación de los padres por permitir que sus vástagos dispusieran sin control alguno de estos terminales. Otro elemento a considerar es el tiempo utilizado con estos dispositivos, tiempo que deja de emplearse en el estudio, actividad física o interacción social humana, tanto analógica como digital.
"Guiarles en estas fases del desarrollo en el empleo riguroso del teléfono móvil es tan relevante como enseñar el manejo de los cubiertos, atarse los cordones del calzado, cruzar la calle o respetar a sus semejantes"
Recientemente hemos tenido conocimiento de la recogida de 63.000 firmas por dos profesoras españolas para solicitar una reforma legal que impida tener móvil a menores de una edad (16 años) que se supone responsable por generar falta de rendimiento en clase, distracción, retraso en el desarrollo del lenguaje, problemas de sueño y depresión. Conviene recordar también que su uso mantenido está provocando alteraciones visuales, precoces en esta generación, que será mucho más miope que las anteriores.
Pero como en todo debate, hay defensores y detractores, y entre estos últimos incluso negacionistas, que rechazan de plano la retirada por considerarla traumática. También ha intermediado la OCDE, en pleno informe PISA, al señalar que “no recomienda la prohibición generalizada, más bien invita a los países a desarrollar políticas que permitan que los estudiantes hagan un uso adecuado y moderado en la escuela con la finalidad de aprender”. ¡Lástima que no indiquen ni en cantidad ni calidad cuál es ese uso!
Cada cual debiera saber qué debe poner en manos de sus hijos, empezando por la educación y toda una escala de valores, que ojalá fueran incluidos en la carga genética de su ADN. Guiarles en estas fases del desarrollo en el empleo riguroso del teléfono móvil es tan relevante como enseñar el manejo de los cubiertos, atarse los cordones del calzado, cruzar la calle o respetar a sus semejantes.
Resulta muy tentador estigmatizar a los más débiles, en este caso a los menores, cuando la responsabilidad en su formación es propia y compartida de sus educadores (padres y maestros). Hacer dejación de funciones no es la respuesta, como tampoco lo es señalarles como culpables cuando son víctimas, ni cargar el peso de la decisión sobre cada centro escolar, sino consensuarla entre todos.
Lo mismo que una máquina de escribir en las manos de quien bien redacta puede generar universos y fantasías, o monstruos y bodrios, un teléfono móviles una herramienta muy práctica si se sabe utilizarresponsablemente como soporte de comunicación, información e interacción. ¡Ah, sólo un consejo, no duerman pegados a el!