Impacto

Alfonso Vidal
Jefe de las Unidades del Dolor de los Hospitales Sur, La Luz y Valle del Henares de Quirónsalud

Me ha venido a la mente el reclamo promocional (creo que lo llaman “teaser”) de la mítica serie “Fama” (1982), destinado a atraer la atención de sus entonces jóvenes espectadores, hoy prometedores carrozas: “Buscáis la fama, pero la fama cuesta y aquí es donde vais a empezar a pagar. Con sudor”. Yo no sé lo que exudan los artistas, pero en Ciencia puedo asegurar que nos dejamos “sangre, sudor y lágrimas” por el camino.

De modo inmediato, tiene más impacto social y económico un concierto de Taylor Swift, un gol de Vinicius en la final de la Champions o una actuación magistral de Emma Stone en una película que el descubrimiento de una vacuna o un avance científico sobre una enfermedad mortal. También, cabe decir, que la duración derivada de la emoción dura menos que la impronta de la Ciencia, que suponemos permanente.

Todo parece medirse en brillos y decibelios, aunque en algunos casos estos sean causa de tantas molestias al vecindario. No se conocen denuncias por difundir grandes avances científicos, que más bien suelen pasar sin pena ni gloria en los grandes rotativos nacionales, frente a portadas a toda página y color de las estrellas del rock, del celuloide, la pantalla pequeña o del mago del balón con pintas.

Los fetichistas persiguen prendas u objetos de sus artistas predilectos, que pueden alcanzar cifras siderales en según qué mercados, para usarlos como talismanes, pero nadie pujaría por los slips de un premio Nobel de Medicina o el brassiere de una neurocientífica.

"Quizá a esas estrellas se les puede agradecer la visibilidad que dan a sus enfermedades o a las de sus deudos, y que permiten concentrar la atención a favor de otros afectados, porque su dolor parece más global y por tanto más difundido por los cuatro puntos cardinales del globo"

Resulta curioso que estos hits de las tablas y del celuloide apenas gozarán de un estrellato pasajero, de una fama más o menos efímera, pero los descubrimientos científicos pasarán a la posteridad y solo si la terapia o la patología llevan el nombre de su autor éste ganará trascendencia.

Quizá puede que hasta giren paralelos, por la volatilidad de ambos fenómenos. Otros, como la altruista expedición Balmis, que pretendió extender los beneficios de la vacuna contra la viruela, quedan solo como anécdota curiosa.

No siempre los segundos acumularán ganancias en forma de derechos, porque su altruismo suele impedir gloria económica. En cambio, tal concierto, película o partido permanecen en el inconsciente colectivo durante décadas y sigue generando derechos mucho tiempo después.

Quizá a esas estrellas se les puede agradecer la visibilidad que dan a sus enfermedades o a las de sus deudos, y que permiten concentrar la atención a favor de otros afectados, porque su dolor parece más global y por tanto más difundido por los cuatro puntos cardinales del globo.

También es verdad que las mejoras en salud caminarán firmes y en el silencio del anonimato. Estoy pensando en personas con prótesis ortopédicas, lentes intraoculares o stents coronarios por citar algunos. Muchas cirugías hoy rutinarias no serían posibles sin el concurso de la anestesia o de los catéteres de silicona.

"En mi humilde carrera me he llevado sorpresas al compartir estudios de radio o platós de televisión y poder comprobar que esas otras figuras desearían 'haber salvado una vida' como gran logro de sus vidas, o cuando menos aligerar la carga de un dolor"

Tal vez sea un iluso y esté comparando astros con simples mortales, pero en mi humilde carrera me he llevado sorpresas al compartir estudios de radio o platós de televisión y poder comprobar que esas otras figuras desearían "haber salvado una vida" como gran logro de sus vidas, o cuando menos aligerar la carga de un dolor.

En cambio, los que nos dedicamos a la Ciencia y la investigación, no nos vemos recogiendo un Grammy ni un Óscar. Si acaso un humilde y modesto diploma como reconocimiento por un trabajo o una trayectoria, pero nunca rodeada de la pompa, el boato y las alfombras rojas que tienen los premios que reciben los anteriormente citados.

En verdad no generamos el beneficio que producen aquellos y nuestros nombres a menudo pasan desapercibidos para el común de los mortales. Quizá la principal ventaja es que podamos gozar de una discreción a la hora de tomar un refrigerio o de ponernos un bañador sin el temor a que nos persigan y mostrar nuestro afecto a nuestros seres queridos sin que las cámaras disparen sus flashes a nuestro paso.

Muy al contrario, nuestro trabajo suele ser silencioso. Nos conocen en nuestro ámbito, en nuestro centro de trabajo, nuestros familiares y amigos, pero no somos ovacionados, ni nombrados por las masas, ni recibimos aplausos por el fruto de nuestro trabajo, ni empapelan los muros de las calles con nuestras caras, pero nos cabe la esperanza de permanecer brillando en el corazón de nuestros pacientes.

No es vanagloria ni arrogancia, más bien modestia absoluta, pero les confieso que, con mis años de trayectoria en el mundo de la Medicina, ya les digo que no lo cambio por ninguna estatuilla dorada.

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