Hace unos días, con motivo de un acto social muy relevante para quien esto suscribe, una persona muy allegada me recordó la ley de causa y efecto, que se basa en la idea de que toda causa tiene una consecuencia y toda consecuencia tiene una causa ¡Cuántas veces tenemos delante lo importante y no lo apreciamos!
Cuando era estudiante universitario un profesor nos enseñó que era mejor afrontar los retos desde el principio, sin dilatorias ni demoras, para así avanzar sin lastres y llegar con adecuada tensión intelectual al final de la asignatura, habiendo aprendido la lección, dosificando esfuerzos para que estos no resultaran desproporcionados e inútiles a última hora. Mejor anticiparse que no lamentar. Mejor prevenir que curar. Nuestro idioma es rico en expresiones similares.
Hace casi ya tres años que nos vimos forzados a aprender una lección de vida que le costó la suya a no pocos semejantes y que incorporamos a golpe de sangre y fuego: el confinamiento, las estrictas medidas de prevención e higiene y la posterior inoculación de las vacunas (tan discutidas algunas, entonces y ahora). Fue imprescindible para superar los estragos de una pandemia que a fecha del corriente sigue generando consecuencias, ya no tan devastadoras como antaño, pero sí sembrando de duda muchas conductas de antaño.
Una cierta dosis de miedo también se ha inoculado desde los medios de comunicación por diferentes motivos, tal vez, por lo adictivo y noticioso que resulta un alarmismo añadido.
"No estaría de más analizar a priori lo que esperamos de nuestras decisiones y de nuestras acciones y tratar de proyectar las previsibles consecuencias, a fin de evitar males mayores"
Ahora llevamos un año bastante convulso y agitado por la guerra de Ucrania, con sus derivaciones alimentarias, geopolíticas y toda la retahíla de consecuencias económicas, empezando por una inflación y unas fuentes energéticas tan disparadas como disparatadas, que están afectando a todos los órdenes de la vida mundial, máxime a las puertas del general invierno en el hemisferio norte, que podría sufrir graves trastornos debidos al frío extremo que se cierne sobre esta parte del planeta.
El alza de costes energéticos y alimentarios están llevando a muchas personas, vecindarios, comunidades e incluso países a la toma de decisiones radicales por no poder afrontarlos. Y eso tarde o temprano acabará redundando en la salud, tanto individual como a la postre colectiva, por todas las patologías relacionadas como problemas respiratorios, malnutrición, infecciones, desajustes emocionales, etc. Vamos, la tormenta perfecta.
A ello hemos de unir que nos aproximamos a pasos agigantados al momento de mayor consumo de todo el año, como son las fechas navideñas, cuando quien más y quien menos hace un esfuerzo muy por encima de sus posibilidades, en lo que a alimentos y regalos se refiere, para pasar dichas fiestas en las mejores condiciones posibles.
Luego llegará la “cuesta de enero” donde se pasará factura a los dispendios de final de año y la pendiente puede hacerse sumamente pronunciada si no se ha hecho un consumo responsable acorde a las posibilidades reales. Por suerte o por desgracia el crédito bancario no es bagatela, porque dichas entidades despertaron tras el crack inmobiliario y se piensan dos o tres mil veces prestar nada a fondo perdido. Razón por la cual hay que gastar solo lo disponible y abogar por un consumo responsable y sostenible.
"Politizar el servicio público como territorio de contiendas de poder detrae a la ciudadanía de la justa y puntual calidad: merecida y deseable"
Soy hijo de la generación del hambre, la restricción y contención, la que vivió la guerra, posguerra y sus miserias, la que aprendió a ser cautelosa y prudente con lo ganado, ahorrando para cuando llegaran las vacas flacas, los momentos duros, y ese ejemplo ha sido una constante en mi carrera, porque la vida es un ciclo detrás de otro, un eterno retorno y nunca sabemos cuándo pueden venir mal dadas.
No debiera recomendar consideraciones ajenas a la salud, por no sacar los pies del tiesto, como tampoco me gusta ver carencias ajenas, porque casi todos los excesos se acaban pagando, pero no estaría de más analizar a priori lo que esperamos de nuestras decisiones y de nuestras acciones y tratar de proyectar las previsibles consecuencias, a fin de evitar males mayores. Ponderar y deliberar opciones antes de entrar en la fase de ejecución.
Es verdad que hay muchos imponderables, que la vida está salpimentada de sorpresas, pero precisamente por eso hay que acompañarse de la prudencia como herramienta fundamental para la toma de posturas y su postrera ejecutoria, porque un paso en falso siempre es fatal. Y lo que empieza afectando a nuestro bolsillo acabamos trasladándolo a nuestro estómago, cabeza y corazón.
Al final de esta cadena de estragos nos encontramos los sanitarios, a quienes ogaño aplaudieron, y que hoy vindicamos el reconocimiento de nuestro trabajo a través del justo pecunio y el horario racional. Sin embargo, nos hacen pagar los infortunios y las consecuencias de luchas tribales entre gestores, partidos, administraciones, en una discusión cada día más embarrada. Politizar el servicio público como territorio de contiendas de poder detrae a la ciudadanía de la justa y puntual calidad: merecida y deseable.
Algún día las aguas volverán a su cauce, pero hasta esa fecha, lo mejor será “nadar y guardar la ropa” que vendrán tiempos complicados. Y puesto a hablar de actos responsables, conserven las mascarillas y úsenlas, por lo que pueda pasar.