COVID-19: víctimas o verdugos

Miguel Carrero
Expresidente de PSN

De otra parte, ser felices implica conocimiento, conciencia de las vivencias y de las cosas, experiencia y experiencia útil; en otras palabras, tenemos que hablar de un olvido selectivo que nos permita una especial percepción de lo que supone una verdadera experiencia, una experiencia positiva. Me refiero a la necesidad de utilizar el conocimiento acumulado y necesario para reflexionar sobre el devenir de unos acontecimientos, de unos hechos, de unas decisiones, de unas consecuencias y, sobre todo, valorar lo sucedido, sus causas y la relación con lo que hemos hecho y lo que hemos dejado de hacer. No se trata de someter a juicio, se trata de aprender, de utilizar la experiencia vivida de tal forma que nos ayude a afrontar iguales o similares circunstancias en próximas ocasiones, que sí, se darán. 

He repetido hasta la saciedad que crisis como la que nos ocupa solo se pueden afrontar con CIENCIA y CONCIENCIA. Igual rigor debemos aplicar a la interpretación de los hechos, que nos permita obtener conclusiones y conocimientos verdaderamente útiles y provechosos.

Me he referido con gran tristeza y dolor a la crueldad sufrida por las personas mayores y sus familiares, muy especialmente en el trance de la agonía y fallecimiento, con frecuente imposibilidad de duelo.

Quiero igualmente mostrar total disconformidad con la valoración de la culpabilidad y su consiguiente demonización de la conducta de los jóvenes durante la pandemia. ¿Víctimas o verdugos?

En esta incierta situación, se ha coincidido en aplaudir el compromiso y la altura moral de la ciudadanía española, que ha demostrado un alto grado de madurez respecto de la vacunación, entendida no solo como protección individual sino de conjunto. Pero del mismo modo hemos asistido a un injusto y deshumano trato a determinados grupos poblacionales como son los niños y los jóvenes. Los más pequeños, en su condición de vehículos portadores del virus, asintomáticos en la mayoría de casos, que han multiplicado su propagación con total ignorancia de las autoridades responsables.

Más sangrante es el caso de los jóvenes, adolescentes que llevan casi dos años ‘encerrados’ con el impacto que eso tiene para un grupo poblacional que está en pleno desarrollo de su integridad como personas humanas, de su evolución psíquica, de confirmación de su identidad, de la integración social, en plena revolución hormonal. Momentos decisivos que por propia naturaleza hace que vivan la situación con un rechazo mucho más profundo que cualquier otro. Es su tiempo y no se recupera. Siempre quedará la pregunta:¿les hemos ayudado y procurado las condiciones necesarias y compatibles con la propia esencia y necesidad de su joven naturaleza? ¿Quiénes no han estado a la altura de las circunstancias?

Es su propia condición humana y las normas restringen sus anhelos con más fuerza. En una pandemia, como en cualquier otra circunstancia que modifica sustancialmente el día a día de las personas, lo más importante es analizar para aprender, preguntarnos desde la reflexión para incorporar nuevos ‘hechos’ y evitar tropezar en la misma piedra una y otra vez. No podemos analizar la pandemia de un modo aislado, sin recordar que las personas tienes valores y sentimientos y esa condición es inseparable del ser humano. ¿Hemos estado acertados en nuestras acciones o estamos siendo profundamente injustos? ¿Hemos puesto todos los medios a nuestro alcance para evitar determinadas situaciones o hemos contribuido a que se dieran? Es inevitable que una pandemia ataque a la integridad del ser humano, pero con nuestro comportamiento, ¿hemos ayudado a mitigar las consecuencias o hemos contribuido a que se acrecienten? ¿Somos parte de la solución o del problema? Con certeza, ante cualquier drama humano solo podemos responder desde la ciencia y la conciencia, desde EL CONOCIMIENTO Y EL CORAZÓN.

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