Corría el año 1924 cuando el neurólogo y psiquiatra germano Hans Berger empezó a recabar la actividad eléctrica del cerebro a fin de comprender los fenómenos psíquicos de las patologías mentales que abordaba en su consulta, pero se dio de bruces con infinidad de ondas eléctricas difíciles de ordenar. Fue así como inventó el electroencefalograma (EEG).
Muchos años más tarde, cuando estudié en el colegio y en la universidad, in illo tempore, a la persona que lograba mejores puntuaciones sin apenas esfuerzo le llamábamos “cerebrito”. Y en otros ámbitos, cuando hay una importante actuación policial contra una trama delictiva se busca al “cerebro” de la operación. Incluso hay un combinado elaborado con vodka, jugo de lima, crema irlandesa y granadina al que llaman “cerebro de mono”.
Pero por encima de prejuicios, designaciones equívocas, juegos de palabras, está el órgano que rige nuestros actos, el epicentro del Sistema Nervioso Central (SNC), donde se procesa toda la información procedente del interior y exterior, desde el que se dan las órdenes al resto del organismo, donde residenciamos la conciencia, nuestros pensamientos, el desván de los recuerdos, la memoria y el conocimiento, computadora orgánica que nos ayuda a colegir cuanto nos rodea, a entender lo que captan nuestros sentidos, dando forma a nuestra manera de entender la vida.
Al principio de los tiempos, con los primeros homínidos, su tamaño era más bien reducido. Por la lógica evolutiva y millones de años después fue adquiriendo poco a poco el tamaño, las dimensiones y las funciones actuales.
"El organismo es un todo sincronizado y en perfecto equilibrio"
Ayudó el descubrimiento de las herramientas, porque antaño era la dentadura la encargada de desgarrar los alimentos y eso condicionaba la disposición craneal, limitando el espacio reservado a nuestro órgano de cabecera, y nunca mejor dicho. Al liberar la mandíbula de tales funciones se amplió la cavidad cerebral y con ello también creció la sesera.
Cierto que las computadoras han ido reduciendo su tamaño gracias a la nanotecnología, pero hasta que no puedan instalarse procesadores y microchips en nuestra cabeza, ésta seguirá siendo la sede fundamental del cerebro y cuanta más información le aportemos, mejor se desarrollará y potenciará.
Es curioso que es lo primero que crece en los humanos, siempre hasta un límite, salvo anomalías o disfunciones, para luego formar parte de un conjunto más o menos homogéneo.
Los trastornos cerebrales son la principal causa de discapacidad en todo el mundo y la segunda causa de muerte tras las enfermedades cardiovasculares
Desde el sistema nervioso, craneal y extracraneal, se recogen y agrupan informaciones perceptivas y se dirigen las órdenes que llegan al resto de órganos, músculos, huesos, venas, arterias, a través de una extensísima red neuronal y de células gliales, que portan la entrada de informaciones y las líneas de salida con instrucciones.
Por eso un fallo orgánico en nuestra “torre de control”, en nuestro “ordenador central”, degenera en un caos total. Para mantener el equilibrio u homeostasis, es preciso conocer cuanto sucede en el medio externo, en el interno y acompasarlo. El sistema nervioso es el gran organizador de información, filtro de entrada, almacén funcional y conjunto de canales oportunos de salida.
Hasta ahora habré ganado algún fan en el ámbito de la neurociencia, pero desde la cardiología me dirán que el epicentro reside en el corazón, porque sin el motor que bombea la sangre oxigenada no hay vida ni discurrimiento alguno. Y ambos tendrán razón, porque el organismo es un todo sincronizado y en perfecto equilibrio.
Es muy importante concienciar a la sociedad acerca de la relevancia de la salud cerebral y de las disfunciones y desórdenes que se pueden producir, tanto en el ámbito motor como en el conductual, enfermedad de Alzheimer, demencias, esclerosis múltiple, ictus, epilepsia, enfermedad de Parkinson, los trastornos de la personalidad, así como en el aprendizaje.
"Me temo que por ahora falta mucho para resetear nuestras mentes, para ampliar memorias o depurar información redundante e inútil"
No en vano según datos del Informe “Dimensionando el cerebro: Segmentación y factores de crecimiento del mercado global de neurociencia” de Deloitte Insights, “los trastornos cerebrales son la principal causa de discapacidad en todo el mundo y la segunda causa de muerte tras las enfermedades cardiovasculares”.
“Según el Global Burden of Disease, 12 trastornos de salud mental afectan a 970Mill de personas en todo el mundo (1/8 personas del planeta). Y la prevalencia de estos trastornos ha aumentado un 48 % desde 1990 según la población crece. Los trastornos neurológicos y neuropsiquiátricos son responsables de 9Mill y 8Mill de muertes anuales, respectivamente. Esto es más del 30% de las muertes”.
Apenas se ha avanzado más en las últimas 4 décadas en este terreno. De ahí los beneficios que reporta invertir en investigación en neurociencias, en neurología, en neurofisiología, en neurocomputación, etc., que, llevadas a niveles superiores, quién sabe si podrían dar lugar a una reprogramación de los fallos del sistema que es el cuerpo humano, lo mismo que sucede cuando falla un ordenador. Gracias a Stephen Hawking hemos avanzado mucho, por hacer de la necesidad virtud, pero queda mucho por recorrer.
Sin embargo, me temo que por ahora falta mucho para resetear nuestras mentes, para ampliar memorias o depurar información redundante e inútil. Incluso para tener memorias externas en la nube, aunque sólo sea en la nube poética. Lo más parecido sucede tras hacer ejercicio y descansar con un sueñecito reparador.