La pandemia que ha provocado la COVID-19 ha sacudido los cimientos de nuestra sociedad y ha puesto en evidencia las carencias y debilidades de nuestro sistema sanitario.
En los últimos meses proliferan los análisis que establecen los diversos factores que explican la fragilidad de la respuesta para hacer frente a la situación de estrés asistencial provocada por la alta contagiosidad de la COVID-19. Todos ellos coinciden al señalar, entre otros elementos: las dificultades de coordinación entre las diferentes administraciones públicas; la debilidad estructural de los departamentos de salud pública; la ausencia de una reserva estratégica de material sanitario; las carencias en los sistemas de alerta, detección y reacción rápida ante situaciones de emergencia sanitaria; o la falta de empoderamiento de la atención primaria en la pirámide asistencial.
Esta debilidad no es nueva y muchos de los factores que la explican son estructurales y requieren una reflexión y reorganización de nuestro modelo sanitario. En los últimos años, el sector sanitario ya había abierto ese debate para impulsar su transformación profunda con tres grandes objetivos: garantizar su sostenibilidad (y su calidad) a medio y largo plazo; afrontar el cambio demográfico; y avanzar en su transformación tecnológica.
La pandemia ha acelerado la necesidad de esa reorganización. La urgencia para hacer frente a esta emergencia en el corto plazo, recuperar el pulso y adaptarnos a la normalidad que deja la epidemia no nos puede distraer de la tarea de impulsar, a medio plazo, una agenda de reformas basada en una profunda reflexión sobre la jerarquización de las prioridades, la realidad mixta de nuestro sistema y el impulso de la colaboración público-privada.
La urgencia para hacer frente a esta emergencia en el corto plazo, recuperar el pulso y adaptarnos a la normalidad que deja la epidemia no nos puede distraer de la tarea de impulsar, a medio plazo, una agenda de reformas
La medicina se está transformando de manera acelerada, como evidencian los enormes cambios disruptivos que ya se han iniciado como consecuencia de la velocidad que las nuevas tecnologías imprimen a la capacidad investigadora; la incorporación de la inteligencia artificial al tratamiento de las ‘big data’; o los avances en la genómica, la robótica o la nanotecnología.
En este escenario, debemos ser capaces no sólo de adaptarnos, sino de incorporarnos a la transformación proactiva de nuestra realidad actual para dar al sistema la cohesión y el impulso que necesita; responder al reto del envejecimiento de la población y al incremento de la cronicidad; conectar los servicios sociales con los sanitarios; incorporar los avances tecnológicos determinando previamente qué tecnología es coste-eficiente; consolidar una financiación suficiente para garantizar la sostenibilidad del sistema; y establecer una coordinación permanente con todos los agentes que operan en el sector.
Afrontar esta tarea pasa por mejorar la eficiencia en la gestión a través del fomento de la colaboración público-privada. No puede ser de otra manera cuando los recursos sanitarios disponibles son limitados, lo que nos obliga a establecer un sistema de cooperación para ser mucho más eficientes y atender mejor a los pacientes.