Todos hemos oído hablar y hasta hemos practicado el hedonismo, que es aquella doctrina moral que establece la satisfacción como fin superior y fundamento de la vida y cuyo objetivo primordial es la búsqueda del placer asociado con el bienestar en todos los ámbitos de la vida.
Pero ahora quiero traer a colación en esta tribuna su reverso la anhedonia o falta de placer generada por una incapacidad para experimentarlo, una pérdida de interés en toda actividad que lo produzca.
En muchos casos está relacionado con afecciones físicas, en otras con disfunciones psicosomáticas. Hay quien la ve como una actitud ante la vida, sometida a los cambios de flujo informativo de estímulos y de sensaciones. Hay quien lo ve como una evolución en los gustos, pero también otros lo ven como un trastorno distímico que raya la depresión.
"Muchos pacientes de mi especialidad, el dolor, me advierten de esta pérdida del placer por gustos pretéritos como un fracaso"
No quiero salirme de mi radio de acción ni meter los pies en piscina ajena pues no es mi territorio científico por antonomasia, pero si es cierto que muchos pacientes de mi especialidad, el dolor, me advierten de esta pérdida del placer por gustos pretéritos como un fracaso.
Procuro evitar en esta columna quincenal sumergirme en asuntos de mi especialidad médica, así que intentaré extrapolarlo a la colectividad, donde también es público y notorio el cambio de tendencias, de modas, que hacen perder el interés por unos aspectos hasta anular la personalidad o bien el cambio por otros más o menos complejos.
Tendemos a generalizar la idea de placer con una vida disoluta, placentera, relajada, como huida del estado de estrés en el que vivimos por los múltiples inputs que acechan en nuestra cotidianeidad: la casa, el trabajo, los amigos, la comunidad, el tráfico, la política, el deporte...
Muchos de los anteriores nos generan no pocas tensiones que buscamos relajar tratando de hallar la calma, el sosiego, el descanso, la distensión, escuchando música, leyendo un libro, viajando, manteniendo relaciones sexuales, paseando, coleccionando sellos, recogiendo setas, etc.
"Hay que apelar siempre a la fuerza de voluntad, desechando la pereza mental y a la capacidad de superación para enajenar los conflictos que no se pueden digerir en nuestro estómago ni resolver en nuestra cabeza"
A modo de contrapunto es inevitable recordar a Epicuro, inspirador del hedonismo en su Carta a Meneceo, cuando refiere que “el placer es el bien supremo de la vida” identificándolo a “no tener dolor en el cuerpo ni turbación en el alma”.
Este placer vendría asociado a la ataraxia o capacidad de controlarse uno mismo (de la que hablamos tiempo atrás) y aceptar problemas naturales fuera de nuestro control.
Pero hay momentos cruciales en nuestras vidas en que perdemos el interés por los placeres ya mentados y otras tantos que genera nuestra imaginación, en algunos casos de forma temporal y en otros de modo permanente.
Tanto en uno como en otro caso, hay que apelar siempre a la fuerza de voluntad, desechando la pereza mental y a la capacidad de superación para enajenar los conflictos que no se pueden digerir en nuestro estómago ni resolver en nuestra cabeza y dar rienda suelta a esa que llaman la loca de la casa, que es la creatividad, la fantasía, la iniciativa, en definitiva, la chispa de la vida, eso sí, baja en azúcar y cafeína, que para eso escribimos “con salud”.