A día de hoy, y desde hace ya muchísimas décadas, una gran parte de la población mundial -y prácticamente la totalidad de los sanitarios- es consciente de la importancia que tiene para la salud el simple hecho de lavarse las manos. Sin embargo, hasta bien entrado el siglo XIX, apenas había concienciación sobre este tema y los que lo pregonaban eran, muchas veces, ridiculizados: Esta es la historia de uno de los pioneros, que sufrió además ese maltrato por parte de sus compañeros.
Se trata de Ignaz Semmelweis, cuya historia ha sido contada en un hilo de X (antes Twitter) por el farmacéutico Julio Fernández. El Dr. Semmelwis era un médico húngaro que trabajaba como ginecólogo en un gran hospital universitario en Austria y que se dio cuenta de un sorprendente contraste entre las tasas de fiebre puerperal en las madres primerizas en diferentes clínicas del mismo hospital.
“Aunque la mayoría de las mujeres dieron a luz en casa en la Europa del siglo XIX”, señala Julio, “un pequeño porcentaje de las mujeres embarazadas fueron ingresadas en el hospital”. Así, una de las clínicas del mencionado hospital austriaco estaba atendida por parteras y estudiantes de partería, mientras que la otra estaba atendida por médicos y estudiantes de medicina.
"Un pequeño porcentaje de las mujeres embarazadas eran ingresadas para dar a la luz en el hospital”
Sin embargo, la clínica atendida por médicos registraba tasas de fiebre puerperal cinco veces más altas que las de su homóloga de parteras. Por eso, Semmelwis inició una investigación en la que estudiaba las prácticas de una y otra clínica, pero no pudo identificar cuál era la causa real del problema… hasta la muerte de un compañero.
Un patólogo, que se había pinchado el dedo realizando la autopsia a una mujer que había muerto de fiebre puerperal, se puso enfermo con síntomas idénticos, hasta finalmente morir también. A raíz de este suceso, el médico húngaro descubrió que otros patólogos habían muerto debido a esta enfermedad, que en un principio se asociaba únicamente a las madres primerizas.
"Los estudiantes de medicina pasaban directamente de dar a luz a bebés a diseccionar cadáveres en la morgue"
Siguió indagando, y comprobó también que, mientras las parteras trabajaban únicamente en la clínica, los estudiantes de medicina ayudaban tanto a dar a luz a bebés como a diseccionar cadáveres en la morgue, pasando directamente de un lugar otro. De este modo, a Semmelweis le quedó claro que los médicos estaban transfiriendo algo de los cadáveres a las mujeres en trabajo de parto.
Una vez descubierto el problema, el médico instauró un estricto régimen de lavado entre los estudiantes de su hospital, obligándoles a limpiarse las manos con solución de cloro después de las autopsias y logrando así una drástica reducción de las tasas de fiebre.
"El resto de médicos se sintieron insultados por sus insinuaciones"
Después, hizo también que se limpiaran los instrumentos quirúrgicos, reduciendo las tasas hasta casi el 0%. Sin embargo, señala Julio, sus compañeros y superiores nunca se mostraron del todo a favor, puesto que se sentían insultados por su insinuación de que estaban sucios y por dar a entender que eran responsables de la muerte de sus propios pacientes.
La oposición fue tal que Semmelweis tuvo que dejar el trabajo, y el lavado de manos y la limpieza de instrumentos en el hospital cesaron. Esto afectó a su carrera, reputación y estado de salud mental, hasta el punto de que tuvo que ingresar en un asilo.
Finalmente, y apenas dos semanas después de su internamiento, murió debido a una infección de una herida. Pasado el tiempo, su trabajo comenzó a ser reconocido, y en la actualidad hay una universidad que lleva su nombre: La Universidad de Semmelweis, que se encuentra en Budapest, la capital de su Hungría natal.