El deterioro cognitivo en la enfermedad de Parkinson, ¿se produce incluso antes de ser detectable?

El investigador @smartinezho1explica en X lo que sucede en la enfermedad de Parkinson en términos de deterioro cognitivo cuando parece no existir todavía dicho daño

Persona con deterioro cognitivo por el párkinson. (Foto. Freepik)
Persona con deterioro cognitivo por el párkinson. (Foto. Freepik)
9 agosto 2024 | 12:00 h

El párkinson continúa siendo un reto para la medicina moderna. Esta enfermedad incapacitante afecta, solo en España, a alrededor de 160.000 personas. Y si hablamos de datos a nivel mundial, más de 7 millones de personas la sufren, según los datos ofrecidos por la Federación Española de Párkinson. Pero, pese a conocer su prevalencia, la enfermedad de Parkinson, al igual que otras muchas enfermedades neurodegenerativas vinculadas a la edad, plantean algunos retos.

Uno de ellos es el diagnóstico cuando la enfermedad presenta un estado avanzado de deterioro cognitivo que incapacita aún más a quien la sufre. A pesar de los diversos estudios que se han llevado a cabo, todavía quedan muchas lagunas en la investigación para poder coger la enfermedad a tiempo –o al menos un tiempo prudente para evitar la rápida progresión del deterioro cognitivo-.

Precisamente, este es el objetivo de un nuevo trabajo del grupo de la Unidad de Trastornos del Movimiento y Grupo de enfermedad de Parkinson del Hospital Sant Pau, liderado por Arnau Puig Davi y Saul Martínez-Horta: “Explorar lo que sin duda ya sucede en la enfermedad de Parkinson en términos de deterioro cognitivo cuando acorde a las “normas” aún no hay deterioro cognitivo”, tal y como explica Martínez-Horta en su cuenta de X (antes Twitter).

En este estudio, los investigadores tomaron dos grandes cohortes de pacientes durante los primeros cuatro años que siguen al diagnóstico de párkinson. “Solo nos centramos en los que tenían un rendimiento normal (acorde a las normas) en toda una serie de pruebas cognitivas”, comenta el investigador.

“Construimos distintas puntuaciones basadas en las pruebas administradas, enfatizando no tanto en la dicotomía “alteración/normalidad” como en el patrón de cambio longitudinal”

Algunas de las pruebas que destaca Martínez-Horta son el electroencefalograma (EGG), la resonancia magnética (RM), así como la cuantificación NfL y la exploración neuropsicológica. “Construimos distintas puntuaciones basadas en las pruebas administradas, enfatizando no tanto en la dicotomía “alteración/normalidad” como en el patrón de cambio longitudinal”, sostiene.

En este estudio se identificaron dos grandes grupos de pacientes según cómo habían evolucionado a nivel cognitivo. “Un grupo con relativa estabilidad en el tiempo vs. un grupo con un rápido empeoramiento”, fue el resultado, según puntualiza. Pero con todas las pruebas que se podían realizar para predecir la evolución de estos pacientes, solo una podía identificarlo: el electroencefalograma.

En esta vista basal, que podría conseguirse gracias al EEG, los pacientes con una evolución negativa de la enfermedad podrían mostrar “un patrón de incremento de actividad en bandas de baja frecuencia originada en regiones temporo-parietales y frontales”, expone el investigador en su hilo de X.

Por tanto, la enfermedad progresa y empeora en todos los pacientes, y no solo lo hace pasados unos años del diagnóstico. Esta patología comprende diferentes mecanismos fisiopatológicos que conforman la enfermedad en cada individuo. “Estos mecanismos alteran la función normal del cerebro cuando las pruebas no nos permiten detectar nada”, indica Martínez-Horta. Por esta razón, tal y como concluye el investigador, no es tanto que no se vea el deterioro en las pruebas en los primeros estadios de la enfermedad, sino que las técnicas no permiten ver ese empeoramiento.

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