Las de Melilla son, por razones evidentes, unas de las plazas de médico interno residente (MIR) más difíciles de cubrir de toda la convocatoria de formación sanitaria especializada (FSE). Sin embargo, una vez dentro, algo deben tener, ya que han conseguido que las tres personas que han finalizado este año su especialidad de Medicina Familiar y Comunitaria en la ciudad autónoma se queden a trabajar con un contrato de tres años. Y eso que ninguno es de allí.
Jesús Salcedo Delgado es uno de ellos. Natural de Córdoba, eligió irse a vivir a Melilla para formarse como especialista después de sacar plaza en el MIR en 2020, el famoso año de la pandemia que retrasó el inicio de su residencia hasta el mes de septiembre. Al principio, recuerda, la adaptación fue complicada por las restricciones en los vuelos a la hora de viajar a la península, el toque de queda y el cierre de los establecimientos. Sin embargo, poco a poco, la situación fue mejorando, y desde hace unos meses ya puede decir que es oficialmente médico adjunto en la sanidad melillense, un sitio que siempre le había parecido atractivo.
“Escogí Melilla porque, dentro de las opciones que tenía, siempre me había parecido que tenía muchas ventajas. Es una ciudad pequeña, pero que dispone de todo: aeropuerto bien comunicado con muchas ciudades de la península (yo, al ser de Córdoba, me podía ir a Sevilla, Málaga o Granada en avión y luego cogerme un tren directo), buen clima (quería ir a un sitio de playa porque me gusta practicar deportes como el windsurf o el kayak), un sueldo considerablemente más alto que el de mis compañeros de la península (cerca de 1.000 euros más)… además, el MIR es en un hospital comarcal, y esto te permite realizar técnicas diagnósticas y terapéuticas que normalmente harían los residentes de cada especialidad”, destaca Jesús.
"El sueldo en Melilla es de casi 1.000 euros más que en la península"
Punciones lumbares, coger vías centrales, reducir articulaciones… son solo algunas de las que cita el facultativo cordobés, que ha decidido quedarse a trabajar en Melilla como médico por la estabilidad laboral y económica que le aseguraban. “Nos prometieron un contrato de mínimo un año, que al final han sido tres, al terminar la residencia, y a elegir entre los servicios de Atención Primaria, Urgencias, 061 y SUAP. Además, el sueldo es más alto”, explica el médico.
Junto a él, también se ha formado en Medicina de Familia en Melilla durante los últimos cuatro años Pablo Eduardo Feliú Serrano. En su caso, eso sí, la decisión fue más sencilla: su hermano es pediatra en la ciudad autónoma, y siempre le había hablado muy bien de la formación en ella: “Un médico de familia aprende mucho más aquí. No hay más residentes de otras especialidades en el hospital, así que puedes pasar por todas ellas sin tener que compartirlas”.
Además, ambos facultativos ponen el foco en otro aspecto muy interesante de Melilla y que, a su vez, muy pocas personas conocen: la posibilidad de ver patologías muy avanzadas “que en la península están más tratadas y no se llegan a cronificar”. “En Urgencias, te vienen pacientes de fuera que no han ido al médico en mucho tiempo y que tienen patologías raras que debes estudiar. Eso no lo ves en otros sitios”, insiste Pablo, quien decidió quedarse en este servicio después de un primer año de residencia en Medicina de Familia, reconoce también, muy duro. “Las fronteras estaban cerradas, así que no había ese flujo de pacientes que solemos tener habitualmente, y muchas consultas las hacíamos por teléfono. Además, tampoco podíamos relacionarnos demasiado con el resto de la gente, pero cuando todo volvió a la normalidad empezamos a ver las facilidades que teníamos los residentes de de aquí”, matiza el joven. “Yo la verdad es que no me lo pensé. Puse Melilla como primera opción, y me tocó”, añade.
ADAPTACIÓN DIFÍCIL
Como comentábamos al comienzo del artículo, más allá de la parte puramente profesional, una de las razones que tiran para atrás a los médicos a la hora de elegir especializarse en Ceuta y en Melilla tiene que ver con todo lo que rodea a la residencia; es decir, la vida personal que van a tener durante cuatro años en dos ciudades que, no olvidemos, están en el continente africano, y a las que solo se puede llegar por vía marítima o aérea. En este sentido, reconoce Jesús, la oferta cultural y gastronómica no es la mejor, y la limitación de vuelos por el clima (“de un trayecto de 45 minutos en avión pasas a un ferry de 6/7 horas a Málaga”) hace que de primeras sea algo difícil adaptarse a Melilla. “Pero una vez que los solventas, resulta muy cómoda para vivir. Todo te pilla cerca y puedes ir andando a cualquier sitio”, destaca.
“Es verdad que ganas más dinero, pero sobre todo ganas tiempo. Te plantas en el hospital en cinco minutos”, le apoya Pablo, quien considera que Melilla, “como cualquier otra ciudad”, tiene sus cosas buenas y sus cosas malas: “Yo, aunque tengo familia aquí, con quien más hago planes es con el grupo de amigos que he hecho. Hay planes de sobra para el fin de semana, te puedes escapar a Marruecos y haces piña con el resto de residentes y adjuntos. Al final, los cuatro años se te pasan volando”. “Yo he estado muy cómodo, y creo que con la formación que recibes es más fácil dar el salto a la península en el futuro”, sentencia.