A la hora de hacer la compra, nos vemos asaltados por una oferta de productos cada vez más amplia que nos muestra mensajes, a veces, confusos. En ocasiones elegimos mal, ya sea por desconocimiento, falta de tiempo o porque no tenemos unos hábitos alimentarios buenos.
De hecho, según Spirit SkinBar, ''beauty space''que transciende las convenciones tradicionales de la farmacia y la estética, un consumidor medio ingiere habitualmente, sin ser consciente de ello, una cantidad superior a la recomendada de azúcares sencillos, grasas hidrogenadas, aceites vegetales o harinas refinadas, sustancias que se han demostrado perjudiciales para nuestra salud.
¿Cómo evitarlo? Aprendiendo a interpretar las etiquetas nutricionales y leyendo la letra pequeña. Y es que, no debemos conformarnos con la información que aparece destacada, sino fijarnos en la lista de ingredientes y en la tabla de composición nutricional del producto, siempre mucho más pequeños. Comprobar siempre que los claims del producto (por ejemplo, ''yogur bífidus'') corresponde con lo que dice la lista de ingredientes.
A la hora de hacer la compra, nos vemos asaltados por una oferta de productos cada vez más amplia que nos muestra mensajes, a veces, confusos
En este sentido, en el supermercado podemos distinguir cuatro categorías de alimentos, según el sistema NOVA propuesto por la Organización Mundial de la Salud junto a la FAO. En el primer grupo se encuentran los alimentos naturales, que pueden ser de origen vegetal o animal y no contienen sustancias añadidas como sal, azúcares o aditivos (frutas, verduras, carne y pescado frescos, por ejemplo); y los alimentos mínimamente procesados, sin ingredientes añadidos y que, como mucho, llevan alguna técnica de conservación como la congelación o el envasado al vacío (pasta, arroz, zumos o pescados congelados).
En el segundo grupo se encuentran los ingredientes culinarios tales como sal, azúcar, aceite, mantequilla o vinagre, que aunque no se ingieren solos, son muy habituales en el cocinado. Después están los productos procesados saludables, como los ahumados, las conservas, y los yogures y quesos con menos de 5 ingredientes y sin azúcar añadido. Son alimentos que cuentan con sal, ácido cítrico, agua o especias en su composición.
En el último grupo están los alimentos ultraprocesados. Aquí encontramos la comida preparada, los cereales de desayuno, los yogures de sabores, muchos tipos de queso que en realidad no llevan leche en su composición, la bollería industrial... Cuentan con innumerables aditivos, azúcares, aceites vegetales refinados, féculas y sal en su composición.
Estos últimos debemos evitarlos porque se trata de productos nutricionalmente desequilibrados, altos en grasas trans, azúcar y sal, y muy calóricos, por lo que pueden favorecer el sobrepeso y la obesidad. Contienen aditivos en su formulación cuya seguridad es controvertida entre los expertos, como puede ser el empleo de nitrito de sodio en las carnes procesadas como los embutidos.
Son alimentos que pueden crear hábitos de consumo, ya que cuentan con ingredientes susceptibles de transformar los procesos endógenos del sistema digestivo y del cerebro que controlan la saciedad y el apetito.