Durante la infancia ocurren muchos cambios en todos los sentido, pero a nivel psicológico se produce un desarrollo desde los primeros días que marcará a los niños en muchos aspectos. Uno de los factores que más incide en el correcto desarrollo del niño es el apego.
Entendemos el apego como el vínculo emocional y relacionado con la conducta que se adquiere durante la infancia. No solo es el vínculo afectivo sino que se traslada a la vida adulta. El apego se asienta durante los tres primeros meses de vida de los bebés, dando lugar a un modelo interno para las relaciones sociales y afectivas que marcará su vida.
En Estetic, hablamos con el Dr. Alejandro Parra Rodríguez, especialista del Servicio de Pediatría de la Fundación Jiménez Díaz para conocer más sobre los distintos tipos de apego y su evolución.
EVOLUCIÓN
Durante las primeras semanas de vida, los niños comienzan a reclamar atención por parte de sus cuidadores. En ese sentido, el experto afirma que a partir de los dos o tres meses “comienzan a forjar una preferencia por sus figuras de apego y desde los seis expresan angustia por la separación de estos y la presencia de desconocidos”.
"El estilo de apego se consolida a los dos años"
Después de un año, “la dependencia y angustia van suavizándose hasta que al cumplir los dos años, el niño consolida su apego”. A su vez, esta fase trae consigo un aumento de la autonomía, independencia y participación en las relaciones sociales. En otras palabras, los niños se acostumbran y empiezan a manejar la separación de sus figuras de apego, es decir, de sus cuidadores y comienzan a poder relacionarse con extraños.
FUNCIONES DEL APEGO
La palabra “apego” puede llevar connotaciones negativas, relacionadas con la co-dependencia o niños poco independientes. Sin embargo, todos tenemos una forma de apego. Y es que, es un patrón “fundamental en el desarrollo del niño”, explica Parra. Nos cuenta las funciones del apego, que varían desde la consolidación de la autoestima del niño hasta su habilidad para autorregulación emocional, aprendida en la presencia y consuelo del cuidador. Además, el apego también influye en la socialización y exploración del niño.
Ante ello, le preguntamos al doctor por los diferentes estilos y sus características:
- Apego seguro: Este tiene lugar cuando el niño sabe manejar sensación de ansiedad con la separación del cuidador y su regreso. Es habitual en niños con cuidadores disponibles y sensibles, que proporcionan una base de seguridad.
- Apego ansioso-ambivalente: “Aquí la sensación de ansiedad es de mayor magnitud”. Hay dificultad para el consuelo a la hora del reencuentro, a menudo con un enfado originado por una disponibilidad irregular. Ocurre cuando “el niño tiene miedo de no ser querido, no confía en el cuidador, esperan recibir más vinculación y aprobación de la percibida, lo cual dificulta su exploración del entorno”.
- Apego ansioso-evitativo: Estos casos, el niño apenas manifiesta inseguridad ante la separación y lo evita al regresar. Puede mostrar indiferencia ante sus cuidadores al igual que con extraños. Es típico de cuidadores poco disponibles, niños que asumen la ausencia y relacionado con un carácter inseguro o pesimista.
- Apego ansioso desorganizado: Aquí, el niño tiene “comportamientos desconcertantes respecto al cuidador”. Pueden estar atemorizados o ser contradictorios, propio de “cuidadores de carácter errático o incluso negligente”, detalla Alejandro. Resulta en niños con dificultades para la relación social, regulación emocional e impulsividad.
Conociendo todos los tipos de apego, le preguntamos al doctor si podemos tener más de un estilo o nos debemos encasillar en uno: “Es habitual, los niños pueden desarrollar diferentes formas de apego en función de la calidad cada relación individual con sus cuidadores principales”. En esa línea, el doctor añade que es habitual en aquellos niños que pasan su tiempo en distintos entornos como la guardería o al cuidado de los abuelos.
APEGO EN LA ADULTEZ
El estilo que se va asentando en los niños acaba por trasladarse a la vida adulta en forma de modelo para “orientar la autoestima, autorregulación emocional, interacción social y exploración del mundo exterior”. De manera que, aquellos con el apego seguro será confiable y tendrá la capacidad de establecer relaciones, una autoestima sólida y mejor autorregulación ante las adversidades. Por el contrario, un niño con estilo inseguro puede tener relaciones no tan saludables marcadas por el rechazo, así como mayor conflicto a la hora de resolver problemas y una mala imagen propia.
Cuando el comportamiento de los cuidadores cambia o se exponen a situaciones estresantes o traumáticas, puede tener lugar un cambio del estilo del apego. Aunque, el pediatra es rotundo: “Aunque el patrón de apego formado en la infancia tiene un impacto duradero, hay posibilidad de plasticidad a lo largo del tiempo”.