Criar a nuestros niños puede llegar a ser desesperante. La reacción que muchos padres, madres o educadores tienen a la hora de afrontar determinadas situaciones es recurrir a las amenazas, a las comparaciones o a los premios paratratar de tener a sus pequeños bajo control, pensando que es el mejor método para su aprendizaje. Y, en realidad, es algo que hemos aprendido de lo que hemos vivido en nuestras propias carnes, de generación en generación.
Afortunadamente, cada vez más familias saben que estas técnicas implican unos efectos negativos en la educación de sus hijos. Sin embargo, todavía queda mucho por visibilizar para cambiar de paradigma. Expertos como Angélica Joya, psicóloga clínica y máster en Psicología Adleriana y Psicopatología, suman sus fuerzas en ese reto, y en su nuevo libro, ‘Educar sin desesperar’, explica cuáles son los perjuicios de educar en el miedo, en los premios, en los chantajes y en las comparaciones.
En declaraciones para Estetic, la experta cuenta que “hace muchos años se investigó con perros el efecto de los castigos y los premios en el comportamiento”. Se vio cómo esos ‘métodos’ funcionaban para “establecer los patrones de comportamiento que el investigador deseaba promover en esos animales” y no tardó en trasladarse a la educación de los niños. El problema es que aquellas investigaciones “no exploraban los efectos a mediano y largo plazo”, ni tampoco “se investigó en personas antes de reproducir estos métodos en humanos”.
"La manera correcta de tratar a un niño que no coopera es igual a la manera que trataría a un adulto en la misma situación"
La psicóloga califica como “absurdo” que no se tuvieran en cuenta estos efectos, pero, por suerte, explica que “las investigaciones en educación, motivación y en salud mental continuaron lo suficiente para descartar el uso de castigos, premios, comparaciones y amenazas”. Y estos estudios concluyeron, entre otras cosas, que “las personas educadas bajo estos métodos tienen menor criterio personal, son más dependientes de la opinión de otros e influenciables, tienden a tener baja autoestima y a realizar más conductas de riesgo como consumo de alcohol, drogas y autolesiones. Así como tienen peores relaciones familiares y presentan mayor riesgo de desarrollar depresión y ansiedad en la adultez”.
“Son precios demasiado altos para un método”, continúa la experta, quien nos cuenta, además, que el miedo, la comparación o los premios y sobornos no son tan efectivos, ya que “tendríamos que haberlos usado una sola vez para corregir una conducta. Y está claro que no es así”. Por lo tanto, aunque todo depende de lo que haya detrás de una determinada conducta de un niño, de su edad y otros matices, Angélica Joya nos explica que, a grosso modo, “la manera correcta de tratar a un niño que no coopera es igual a la manera que trataría a un adulto en la misma situación”.
“Se ha demostrado que cuanto más premios damos, más reducimos la posibilidad de que nuestros hijos y alumnos cooperen y contribuyan al grupo por iniciativa propia”.
De esta manera, se les da a los niños la misma dignidad y el mismo respeto que a cualquier adulto, algo que “dará muchas respuestas a muchas de las dudas que se tienen como padre o madre”. Se trata de cambiar la óptica, con nuevas herramientas educativas que fomentan la cooperación. La psicóloga nos lo cuenta así:
“A un adulto intentas influirle, no controlarle. Con un adulto ‘rompes el hielo’ antes de pedirle algo y también le das un margen de tiempo para que lo haga, en lugar de exigir que se levante inmediatamente hacerlo. Le explicas las razones detrás de la norma, le dejas claro que esperas de él o de ella e incluso le das opciones o les permites probar una manera diferente de hacer lo que le pides. Con un adulto usas el humor para bajar tensión en ciertas situaciones y, si es necesario, abandonas la habitación o dejas de insistir por un tiempo antes de entrar en una lucha de poder o forzarle físicamente a que haga algo que tú quieres”.
Es, en definitiva, tan sencillo como tratar al niño como a una persona. Pero, ¿toda esta corriente quiere decir que tengamos que renunciar siempre a premiar al niño, incluso por ejemplo cuando superan con éxito las notas en el cole? Pues bien, Angélica Joya nos explica que existen muchas tendencias y, si bien “hay muchos colegas que lo recomiendan”, ella no es nada partidaria: “No recomiendo en absoluto el uso de los premios, sobre todo si quieres que la conducta se repita y quieres que desarrollen criterio moral”, señala.
"Los premios reducen la creatividad, hacen que desarrollen miedo al fracaso y les cuesta mucho más desarrollar un criterio ético sólido"
Si premiamos determinadas conductas, lo único que lograremos será que el niño “sólo realice ese comportamiento en presencia de recompensa. Cuando el premio desaparece, el comportamiento que queríamos promover también lo hace”. Esto ocurre porque “disminuye la motivación interna que tenemos los ser humanos de hacer las cosas ‘bien’ y superarnos, indica la experta. “Se ha demostrado que cuanto más premios damos, más reducimos la posibilidad de que nuestros hijos y alumnos cooperen y contribuyan al grupo por iniciativa propia”.
Además, se han encontrado otros efectos en los niños y niñas que son educados con recompensas. Angélica Joya detalla que los premios "reducen la creatividad, hacen que desarrollen miedo al fracaso y les cuesta mucho más desarrollar un criterio ético sólido". Por otro lado, pierden empatía y generosidad, el gusto por aprender y por el pensamiento reflexivo, pero, además, los premios “transmiten el mensaje a nuestros hijos de que ‘solo les queremos si hacen X’, factor que afecta directamente su autoestima e imposibilita el establecimiento de un vínculo sano”, concluye.