Un grupo de expertos internacionales ha publicado un artículo en la revista British Medical Journal en el que defienden que el beneficio neto de vacunar contra la COVID-19 a los niños "no está claro", por lo que, en su lugar, "debería darse prioridad a las personas vulnerables de todo el mundo".
Dominic Wilkinson, Ilora Finlay y Andrew Pollard afirman que, para que un sistema sanitario ofrezca cualquier vacuna a un niño, deben plantearse dos cuestiones éticas fundamentales. En primer lugar, ¿los beneficios superan los riesgos? En segundo lugar, si la vacuna es escasa, ¿hay alguien que la necesite más?
"Una cuidadosa atención a ambas preguntas sugiere que todavía no deberíamos extender la vacunación contra la COVID-19 a niños por lo demás sanos", argumentan al respecto.
Los autores reconocen que en los adultos mayores los beneficios de las vacunas superan claramente los raros efectos secundarios. Y en los niños con ciertas enfermedades crónicas o agudas graves probablemente lo hagan, y estos niños deberían por tanto tener acceso a la vacuna. "Pero en niños por lo demás sanos, nadie puede estar seguro actualmente", insisten.
Hay que dar prioridad a la vacuna para las personas con mayor riesgo de muerte
Pero dicen que una cosa de la que podemos estar seguros es que algunas personas tienen actualmente un riesgo mucho mayor de contraer la COVID-19 que los niños sanos. "Y la mayoría de los países de bajos ingresos han vacunado completamente a menos del 5% de su comunidad", esgrimen.
"Algunos podrían preguntar, ¿por qué tenemos que elegir? ¿No podemos vacunar a los niños igual que a los del extranjero? Pero, por decirlo de forma sencilla, ahora mismo hay un número limitado de dosis de vacunas. Como adultos, hemos tenido que esperar nuestro turno para la vacuna. Hemos comprendido que, dada su escasez, hay que dar prioridad a la vacuna para las personas con mayor riesgo de muerte. Esta ética clara e ineludible se aplica ahora a nuestros hijos. Ya les llegará el turno, pero todavía no", insisten.
Sin embargo, Lisa Forsberg y Anthony Skelton afirman que vacunar a los niños contra la COVID-19 les protege, y a otros, del riesgo de daño y muerte por la infección, y que "es la mejor manera de promover el bienestar de los niños al minimizar la necesidad de restricciones o interrupciones en sus vidas derivadas de la falta de gestión adecuada de la propagación de la infección".
En este contexto, afirman que "es erróneo el argumento de que los niños tienen menos probabilidades de sufrir daños graves a causa de la infección por COVID-19 y que, por tanto, se benefician menos de una vacuna que les proteja de ella".
"Aquí, como en otros lugares, estamos incumpliendo nuestras responsabilidades para evitar agravar la injusticia existente"
"Expone a los niños a riesgos desconocidos de enfermedad grave y de complicaciones de salud a largo plazo. Además, ahora sabemos que exponer a los niños a esos riesgos perjudica de forma desproporcionada a los niños ya desfavorecidos", esgrimen.
Otro argumento para retrasar la vacunación de los niños es que hay que dar prioridad a los adultos mayores en los países en desarrollo, donde el suministro de vacunas es limitado. Sin embargo, estos autores señalan que en la actualidad "la escasez de vacunas a nivel mundial es el resultado de decisiones políticas".
"La opción éticamente defendible es ejercer toda la presión posible para minimizar el acaparamiento de vacunas y distribuirlas a los países en desarrollo, al tiempo que se liberan las patentes y se permite la fabricación y el suministro de vacunas a mayor escala, para permitir la vacunación de adultos y niños en todo el mundo", justifican.
Así, creen que aceptar la narrativa de la "austeridad" de que los niños deben esperar hasta que las personas más vulnerables de otros países puedan ser vacunadas desvía la atención del verdadero problema: que los beneficios se valoran por encima de las vidas. "Aquí, como en otros lugares, estamos incumpliendo nuestras responsabilidades para evitar agravar la injusticia existente", concluyen.