Investigadores de la Universidad de Yale, en Estados Unidos, que analizaron exámenes de resonancia magnética especializados encontraron cambios significativos en la microestructura de la materia blanca del cerebro en adolescentes y adultos jóvenes con trastorno del espectro autista (TEA) en comparación con un grupo de control, según una investigación que se presentará en la reunión anual de la Sociedad Radiológica de Norteamérica (RSNA). Los cambios fueron más pronunciados en la región que facilita la comunicación entre los dos hemisferios del cerebro.
"Uno de cada 68 niños en Estados Unidos está afectado por el TEA, pero la gran variedad en la manifestación y gravedad de los síntomas dificulta el reconocimiento precoz de la afección y el seguimiento de la respuesta al tratamiento, explica Clara Weber, investigadora de posgrado de la Facultad de Medicina de la Universidad de Yale. Nuestro objetivo es encontrar biomarcadores de neuroimagen que puedan facilitar potencialmente el diagnóstico y la planificación de la terapia".
Los investigadores revisaron los escáneres cerebrales de imágenes de tensor de difusión (DTI) de un gran conjunto de datos de pacientes de entre seis meses y 50 años de edad. La DTI es una técnica de resonancia magnética que mide la conectividad en el cerebro detectando cómo se mueve el agua a lo largo de sus tractos de materia blanca. Las moléculas de agua se difunden de forma diferente por el cerebro, dependiendo de la integridad, la arquitectura y la presencia de barreras en el tejido.
"Si pensamos en la materia gris como el ordenador, la materia blanca es como los cables, apunta Weber. La DTI nos ayuda a evaluar lo conectados e intactos que están esos cables".
El autismo cambia la materia blanca del cerebro con el tiempo
Para el estudio, se analizaron los datos clínicos y de la DTI de 583 pacientes de cuatro estudios existentes de poblaciones de pacientes distintas: bebés-34 con TEA y 121 controles (34% mujeres, edad media de 7 meses); niños pequeños-57 con TEA y 45 controles (27% mujeres, edad media de 32 meses); adolescentes-106 con TEA y 124 controles (49% mujeres, edad media de 158 meses); y adultos jóvenes-67 con TEA y 29 controles (1% mujeres, edad media de 230 meses).
"Uno de los puntos fuertes de nuestro estudio es que analizamos una amplia gama de grupos de edad, no sólo los niños en edad escolar", resalta Weber.
Para evaluar la influencia de la edad y el diagnóstico de TEA en la microestructura de la materia blanca, el equipo de investigación creó mapas de anisotropía fraccional, difusividad media y difusividad radial utilizando los datos de los cuatro estudios.
La anisotropía fraccional es la medida en que la difusión del agua está restringida a una sola dirección. Un valor de cero significa que la difusión no está restringida en todas las direcciones. Un valor de uno significa que la difusión se produce sólo en una dirección. La difusividad media es la movilidad global de las moléculas de agua, que refleja la densidad de las células. La difusividad radial es la medida en que el agua se difunde perpendicularmente a un tramo de materia blanca.
Los cambios fueron más pronunciados en la región que facilita la comunicación entre los dos hemisferios del cerebro
"Cuando la integridad de la sustancia blanca se ve alterada, observamos que el agua se difunde más perpendicularmente, lo que se traduce en una mayor difusividad radial", explica Weber.
El hallazgo clave del análisis fue la reducción de la anisotropía fraccional dentro de los tractos anterior/medio del cuerpo calloso en pacientes adolescentes y adultos jóvenes con TEA en comparación con los individuos del grupo de control.
El cuerpo calloso es un grueso haz de fibras nerviosas que conecta y permite la comunicación entre los dos lados del cerebro. En los adultos jóvenes se observaron los correspondientes aumentos de la difusividad media y la difusividad radial relacionadas con el TEA.
"En los adolescentes, vimos una influencia significativa del autismo, resalta Weber. En los adultos, el efecto fue aún más pronunciado. Nuestros resultados apoyan la idea de una conectividad cerebral alterada en el autismo, especialmente en los tractos que conectan ambos hemisferios".
Según apuntan, no se observó ninguna reducción de la anisotropía fraccional en los mismos tractos en niños pequeños y bebés con TEA en comparación con los controles.
Los investigadores esperan que los hallazgos puedan ayudar a mejorar el diagnóstico precoz del TEA y proporcionar posibles biomarcadores objetivos para controlar la respuesta al tratamiento. "Necesitamos encontrar más biomarcadores objetivos para el trastorno que puedan aplicarse en la práctica clínica", concluye Weber.