Los veterinarios municipales son profesionales esenciales en la protección de la salud pública. Más de 6.000 veterinarios oficiales se encargan de la supervisión de alimentos en supermercados, comedores escolares o establecimientos de producción y venta de alimentos de origen animal. Una figura que lleva más de un siglo trabajando por la salud interconectada entre animales, seres humanos y medioambiente.
El origen de los veterinarios municipales en España se remonta a 1864, cuando el Ayuntamiento de Madrid contrató a dos veterinarios para controlar una epidemia de fiebre aftosa en el ganado vacuno. Desde entonces, su labor ha evolucionado y abarca ámbitos como la inspección de alimentos, la sanidad animal y el control de zoonosis. “Somos el primer cuerpo de inspección veterinaria que existió en España”, señala Juan Carlos Ortiz, presidente de la Asociación Española de Veterinarios Municipales, en una entrevista para AnimalCare.
Sin embargo, a pesar de instaurarse antes del veterinario estatal, la figura del veterinario municipal es escasa e incluso en algunos municipios ni siquiera existe. “Muy pocos municipios cuentan con veterinarios municipales, no creo que haya más de 100 o 120 en toda España”, afirma. Esto supone un problema para muchas localidades, especialmente las más pequeñas, que no pueden afrontar ciertas competencias con los recursos disponibles.
“Todos los ayuntamientos, independientemente de su tamaño, tienen las mismas obligaciones en materia de protección animal, pero no todos tienen los recursos para cumplirlas”
Esta falta de veterinarios municipales en los ayuntamientos plantea un reto para el cumplimiento de algunas normativas, como es el caso de la Ley de protección de los derechos y el bienestar de los animales. “Todos los ayuntamientos, independientemente de su tamaño, tienen las mismas obligaciones en materia de protección animal, pero no todos tienen los recursos para cumplirlas”, advierte Ortiz. Esta situación genera un importante desequilibrio entre municipios grandes y pequeños, que en muchos casos deben recurrir a diputaciones o cabildos para gestionar determinados problemas.
Uno de los temas más controvertidos es la gestión de las colonias felinas. Ortiz critica el enfoque actual y sugiere que ha provocado un desequilibrio en los ecosistemas urbanos. “Toda la vida ha habido gatos en los pueblos y ciudades, pero la alimentación incontrolada ha hecho que se multipliquen en colonias que no existían antes”, explica. Según él, este fenómeno ha roto el equilibrio natural, aumentando la población de gatos en zonas donde antes se autorregulaba de forma natural.
"El método CER no es un sistema de control poblacional real, solo de natalidad"
Para Ortiz, el método CER (Captura, Esterilización y Retorno) no es suficiente para una gestión integral de las colonias felinas. “No es un sistema de control poblacional real, solo de natalidad. No controla la salud de los gatos ni el impacto que pueden tener en la salud pública”, asegura. Además, destaca que los gatos callejeros tienen una esperanza de vida muy baja, de apenas cinco o seis años, y están expuestos a enfermedades, atropellos y malnutrición. En Madrid, por ejemplo, se recogen cada año más de 1.000 gatos atropellados, según datos del Ayuntamiento.
En este sentido, Ortiz no duda en calificar la gestión actual de las colonias felinas como “una forma de maltrato animal institucional y consentido”. “Es cierto que los gatos que viven en la calle no viven en un entorno adecuado, no nos vamos a engañar, pero algunos así lo han elegido y no hay forma de socializarlos porque son animales silvestres”, sostiene. Por tanto, “los que puedan adoptarse y acogerse en domicilios, perfecto; lo que sea imposible hay que intentar tenerlos controlados en la medida de lo posible y evitar su reproducción”, añade.
Además, esta gestión supone “un coste económico muy alto”. Según el cálculo que realiza la Asociación Española de Veterinarios Municipales, mantener el actual modelo de gestión de colonias felinas podría suponer un gasto mínimo de mil millones de euros al año. Ortiz plantea como solución “dejar de alimentar a gatos que están acostumbrados a buscarse la vida para alimentarse, de forma que no se formen colonias, no se agrupen y no se reproduzcan de manera incontrolada”.
SOBREPOBLACIÓN Y TRANSMISIÓN DE ENFERMEDADES
El problema de la sobrepoblación animal no se limita a los gatos callejeros. La prohibición del sacrificio en los centros de protección animal ha abierto otro frente: la saturación de refugios y centros de protección municipales. “Los centros están llenos, sobre todo de perros de razas potencialmente peligrosas, que pueden pasar años encerrados en jaulas sin posibilidad de adopción”, lamenta.
“Las colonias felinas son una bomba de relojería desde el punto de vista de la salud pública”
Otro riesgo emergente en la sobrepoblación de gatos es la transmisión de enfermedades zoonóticas. Ortiz menciona el caso de la gripe aviar, que ya ha sido detectada en gatos de colonias felinas en otros países. Aunque no se ha confirmado su transmisión a humanos, advierte de que estos animales viven sin control sanitario y en contacto directo con la población. “Las colonias felinas son una bomba de relojería desde el punto de vista de la salud pública”, alerta.
Ante este panorama, Ortiz insiste en que las políticas actuales para la protección animal deben basarse en criterios técnicos y científicos, y no solo en el sentimiento de protección y amor hacia los animales. “Hace falta amor por los animales, pero también sentido común y escuchar a los profesionales. La protección animal es necesaria, pero sin una gestión adecuada, el problema puede convertirse en una crisis sanitaria y económica difícil de revertir”, concluye.