Temeridad

Alfonso Vidal
Jefe de las Unidades del Dolor de los Hospitales Sur, La Luz y Valle del Henares de Quirónsalud

Reza el diccionario que “acometer una acción peligrosa con valor e imprudencia” es propio de los temerarios y que, por tanto, su conducta conlleva riesgo. Mientras tenga carácter individual y no afecte a terceros sólo se le podrá reprochar en el orden personal y juzgar y si cabe condenar en el terreno de la psique del irresponsable, cuestionando su equilibrio o ausencia de este conforme al perjuicio que se autoinflija.

Ahora bien (y me circunscribiré en este artículo al ámbito de la carretera), todo da un giro copernicano cuando esa conducta genera un trastorno colectivo, produce sufrimiento a otro u otros y ya no digamos si los daños son irreparables. Entramos entonces en el orden penal, donde se sancionan las acciones conforme a los desperfectos o desgracias generadas por esa conducta, a menudo irreflexiva.

Por supuesto que caben infortunios derivados del azar, del descuido, de la negligencia, de afecciones transitorias que provocan reacciones inesperadas… pero los peritos suelen determinar con precisión si han concurrido una o varias de estas circunstancias o bien se está ante un temerario guiado por la imprudencia y, quién sabe, si por estados más elevados de maldad. Las consecuencias para las víctimas son idénticas, pero fluctúa el grado de responsabilidad.

"Quienes hemos vivido intensamente las guardias de 24 horas, fundamentalmente en hospitales públicos, hemos visto muchas desgracias"

Viene este post a colación del desgraciado accidente automovilístico que semanas atrás acabó en una carretera madrileña con la vida de un joven que, de madrugada, se disponía a incorporarse a su trabajo como carnicero en un supermercado donde había empezado hacía poco a oficiar. Un presunto kamikaze, que luego dio positivo en la tasa de alcoholemia, se chocó en dirección contraria a gran velocidad contra el coche del joven, cuyos traumatismos eran “incompatibles con la vida humana”.

Esta profesión tiene muchos y muy buenos momentos relacionados con la curación y alivio de graves problemas de salud. Pero quienes hemos vivido intensamente las guardias de 24 horas, fundamentalmente en hospitales públicos, hemos visto muchas desgracias como la descrita un párrafo más arriba. Les ahorraré detalles escabrosos, pero es cuando te das cuenta de lo frágil y endeble que es la vida y cómo llega a pender de un hilo.

No le corresponde al personal sanitario determinar las circunstancias del percance, sino evaluar los daños y tomar decisiones que sean compatibles con la existencia del herido en curso. Pero fruto de los análisis se concluye si había rastros de alcohol, estupefacientes u otras sustancias psicotrópicas a fin de intervenir al paciente con las máximas garantías (si bien todos esos datos quedan bajo custodia policial y secreto de sumario).

Coche en la carretera. (Foto. Pixabay)

Sinceramente muchos de esos consumos son irresponsables, limitan sobremanera las percepciones sensoriales, y generan falsos estados de euforia, cuando no estados de alienación. Cuando se hace en casa propia o ajena y no se toman los mandos de vehículo alguno, o en la videoconsola ¡pues allá cada uno con su conciencia y salud!

Pero ponerse al volante o al manillar de un vehículo es conducta temeraria y si bien antes las de menor grado quedaban en sanciones económicas, hoy por hoy son consideradas delictivas y pueden acarrear sanciones administrativas y penales, incluso reclusión.

Me he situado en el peor de los grados, pero también hay conductas temerarias que no están directamente relacionadas con esos consumos y sin embargo también generan estragos no menores. Es el caso de las conductas suicidas, de las apuestas por demostrar no sé que rasgo de estupidez, et al.

"Si no temen a las multas, al menos conserven el respeto por la vida"

Sin embargo, solemos ser más condescendientes con actitudes temerarias dentro del vehículo como discutir acaloradamente con el pasaje, encender cigarrillos y fumar al volante, hablar por el móvil con el terminal en una mano y el volante en la otra, beber mientras se conduce, conducir tras una comida copiosa y/o una jornada agotadora de trabajo… que producen distracciones de segundos… los suficientes como para perder el control de la situación y topar con la fatalidad. Luego todo son lamentos.

En todos los casos antes descritos, de mayor a menor gravedad, todo el mundo echa balones fuera, se descarga de responsabilidad y niega la mayor, como si nunca hubiera bebido una copa o más, como si jamás se hubiera dado un atracón a comer, no hubiera respondido al móvil ante una llamada puntual, no le hubiera gritado al niño para que se sentara en su asiento o más… pero que las añada cada uno.

Decía mi desaparecido progenitor que “había que conducir como si todo el mundo fuera muy torpe o estuviera ebrio” (adórnenla como prefieran) y un gran amigo un poco tremendista añadía que conducía “con un pie en el cementerio y otro en la cárcel”. Si no temen a las multas, al menos conserven el respeto por la vida.

No les sermonearé para reconducir la senda de nadie, pero si pueden y quieren, conserven la paciencia, la sensatez y la educación; conduzcan con prudencia; reduzcan la velocidad; aumenten la distancia de seguridad; respeten las indicaciones viarias; huyan de aglomeraciones y fechas concurridas; y eviten en lo posible las conductas temerarias y acaloradas (sobre todo en días de lluvia y/o nieve) ¡Por su bien, por el de todos!

Los contenidos de ConSalud están elaborados por periodistas especializados en salud y avalados por un comité de expertos de primer nivel. No obstante, recomendamos al lector que cualquier duda relacionada con la salud sea consultada con un profesional del ámbito sanitario.
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